Wednesday, November 30, 2005

ALGO DE NUESTRAS RAICES ....EN EL SALITRE

LA TALITA REINA DE LA PRIMAVERA
Los abuelos fueron muy pata de perros. Un tiempo estuvieron en el Norte probando suerte en las minas salitreras. Me acuerdo de la oficina Puelma, donde vivieron un buen tiempo, donde mi madre fue elegida reina de la primavera, lo cual ella, hasta muy poco tiempo atrás, no perdía oportunidad de cachiporrearse, y no es para menos porque la vieja cuando joven tiraba caracoles con la pintita que se gastaba …
Al parecer la aventura no fue lo bien que esperaban, y regresaron antes de lo que habían pensado. Esas idas y venidas se realizaban en vapor, hoy día buques, y se demoraban tranquilamente cerca del mes o un poco mas, pero en esos tiempos era normal. Incluso sufrieron un naufragio donde murieron tres hermanos de la abuela
A su retorno se arrancharon nuevamente en Vichuquén, donde reanudaron su antigua vida.
........extracto del cuento" RECUERDOS INOLVIDABLES DE LAS CARDILLAS "

Algo más sobre las Cardillas

I.- Este episodio, bastante triste por lo demás, me aconteció con nuestro amigo Walterio. El abuelo tenia un lindo caballo negro cari blanco llamado Sambo. Cierto día que los hombres mayores de la casa se encontraban laborando en el campo, Walter y yo, decidimos jugar un poco a la pelota, en el corralón que existía un poco mas abajo de la casa en que vivieron los abuelos en su primera estadía en las Cardillas. Donde también se encontraba la huerta que nos surtía de toda la verdura necesaria para el diario vivir, ya que como ustedes saben la casa estaba muy aislada de la civilización. También había el espacio suficiente para tener un caballo para el pastoreo.
En esa ocasión el caballo estaba amarrado en ese lugar a una estaca enterrada en el suelo con un lazo bastante largo para permitirle libertad de acción, y no sufriera enredo posible cuando girara a la redonda. Para practicar nuestro deporte lo dejamos bien cortito para que no nos quitara espacio, y en eso estuvo el problema, pues cuado terminamos la jugarreta y nos retiramos olvidamos volver el lazo a su normalidad, y como el pobre animal llegaba a estar con la cabeza gacha por lo corto de soga, y al querer darse unas vueltas mas y no poder se desesperó de tal manera que al empezar a hacer fuerza para soltarse, se fue al suelo cayendo sentado en la estaca que lo sujetaba, enterrándosela en la pulpa de la pierna, y saliéndole cerca del comienzo de la cola, pero sin dejar verse, pues el palo no fue capaz de romper el cuero, pero eso si que se notaba el bulto que hacía la estaca.
Nos dimos cuenta de la desgracia cuando estábamos en el corredor mirando el jardín y notamos que algo raro le pasaba al Sambo. Corrimos a su lado, y cuan grande fue la sorpresa, la pena y la culpa, al ver al pobre equino bañado en sangre con este palo metido en su pierna, con una cara de dolor como acusándonos de su sufrimiento. A lo único que atiné fue a correr a traer un balde con agua y lavar su herida para sacarle por lo menos la sangre, y ante la imposibilidad de no poder hacer nada más y el temor a contar la tragedia, lo amarramos como lo tenía el Tata y cobardemente nos fuimos calladitos para la casa acordando morir en la rueda y esperar cómo se iban a presentar los hechos. A la mañana siguiente antes de partir al trabajo y después de desayunar, el Tata Lucho se encaminó a su tarea diaria de darle agua a su querido animal. Nosotros con Walterio lo seguíamos furtivamente para ver que pasaría. Lógicamente la impresión del Tata fue grande, y de mucha pena, llamando a gritos a mi tío Lucho para que lo socorriera, quién al escucharlo salió rajado, y nosotros de atrás. Se hicieron innumerables conjeturas,…….. llegando a la conclusión que el caballo había sido sacado en la noche para salir a robar, y después al ser devuelto y saltar, el animal ya cansado, no fue capaz de salvar la empalizada y cayó de poto sobre la estaca enterrándosela en su cuarto trasero. Con esa impresión quedó todo el mundo menos, obviamente, Walterio y yo.
Ese día el Tata Lucho no fue al cerro y empezaron los movimientos para tratar de salvar al Sambo. El tío Lucho partió para Vichuquén en busca de socorro médico, quién como a las dos horas regresó con el mariscal de carabineros quién era el que desempeñaba la misión de cuidar los caballares de la institución, y en los cuales recorrían los cerros a la siga de los salteadores. El diagnostico fue grave ya que la cantidad de sangre perdida por el animal era importante e imposible de recuperarla, pero como de todos modo algo había que hacer, echaron el animal al suelo y maneándolo procedieron a sacarle el palo. Difícil y dolorosa tarea en la que se demoraron alrededor de una hora en extraer el pedazo de estaca que por lo menos medía, aproximadamente, unos cuarenta centímetros. ¿Se imaginan ustedes el sufrimiento de ese pobre bruto?.
Acto seguido el Tata me pidió con los ojos llenos de lagrimas que ensillara mi yegua Amapola porque tenía que ir a Licantén a buscar unos remedios que en Vichuquén no existían. En diez minutos estaba listo a partir en busca de lo encomendado .Me entregó un sobre con la receta del mariscal y partí hecho un bólido.
A las doce del día me encontraba el Licantén, donde fui muy bien recibido especialmente por Hernán ya que ese mismo día domingo había un importante partido de Fott-ball contra Curepto y les faltaba justamente el defensa central que era la plaza que yo ocupaba, y obviamente, con toda la parafernalia, me olvidé del objetivo de mi viaje recordándolo cuando el sol ya se ponía. Me fui derechito para la casa y le entregué la carta a mi señora madre, quien al leerla me miró y me dio vuelta de un solo cachuchazo por irresponsable. Llamó al Tata Pelluco y partieron rumbo al pueblo en busca de los remedios. Gracias a Dios y para suerte mía los encontraron todos, y envolviéndolos prolijamente me los entregaron y me dieron la orden de zarpar inmediatamente, sin importar que en media hora mas se iba a hacer de noche y el camino se ponía mas peligroso de lo que era. A media cuesta de Licantén ya se puso el sol y media hora mas tarde no se veían ni las manos. Pero había que echarle para adelante no más El problema fue cuando tuve que apartarme del camino publico a la altura de los Junquillos donde vivía don Pancho Navarro antiguo correo entre Licantén y Vichuquén y tomar el sendero que me tenia que conducir a las Cardillas. Sencillamente solté las riendas a la yegua Amapola y la atrinqué haciendo presión con mis espuelas sobre sus costillas. El animal se puso mas ágil que nunca y en un tiempo mas corto que de día, me llevó a las puerta de la casa de los abuelos quienes al verme y comprobar la hora que era saltaron en cruz sobre los papás, diciendo que eran unos desalmados, que como se les ocurría mandar al niño a esa hora, y etc. etc. Al día siguiente tempranito empezó el tratamiento de antibióticos más los remedios traídos, pero todo fue inútil. El animal había perdido demasiada sangre, y al día siguiente el Sambo dejó de existir, pero no sin antes clavarle un puñal para desangrarlo y así no quedara la carne roja, con la cual se hizo charque que fue secado en una ramada especialmente hecha para ese fin.
Los encargados de extenderlo en las mañanas, recogerlo y guardarlo en la tarde para evitar el sereno, éramos por supuesto Walterio y yo, lo hacíamos con mucho respeto a causa de nuestro remordimiento, pero igual, cuando finalmente terminó el proceso, la mercadería se reducía a la mitad de lo esperado, debido a las pruebas diarias con mi compañero tanto en la mañana como en la tarde. Había que hacer el control de calidad, por supuesto.

II.- Los abuelos vivían del producto de las ventas de sus cosechas, corderos y algunos vacunos. Pero empezó el gran problema con las ovejitas, ya que una peste llamada “Zorros” inundó la costa, y semanalmente se despachaban un cordero, cantidad que para un rebaño de cuarenta animales era más que importante. Como eso no podía seguir, aparecieron los perros zorreros, que a fuerza de enseñarlos en el terreno mismo, logrando ser expertos en la caza de este dañino animal y cuando llegaban a plena madurez se les bautizaba con el nombre de Maestros. Se les podía cruzar una liebre o conejo por delante de ellos pero les era totalmente indiferente. Ellos fueron enseñados solamente para el Zorro. Llegamos a tener la mejor cuadrilla de esos caninos en la zona. Cuando digo llegamos, es porque yo fui comisionado para proteger y corregir cualesquier desliz de esos cazadores, y para eso el Tata me proporcionó de un muy buen macho, (ejemplar producto de la cruza de un burro con yagua) especial para bajar a las quebradas en el momento que el perseguido iba a ser capturado por los perros ya que en mas de una oportunidad, a la desesperada el zorro agarraban a un can del pescuezo y sino se los quitabas a tiempo eran capaces de matar al perro peleando. Pasado el tiempo esta actividad se trasformo en un verdadero deporte de fin de semana y fiestas de guardar. Retamales y sus boys eran las Vedette de esta parafernalia ya que los principales actores eran nuestros perros. Daba gusto el día del evento salir al campo alrededor de las cinco de la mañana y mirar para los mas altos mogotes(Altura) y ver en todos fogatas encendidas esperando el inicio de la jornada, la que tempranito empezaba por haber tantos de estos animales dañinos desparramados por la montaña. No les miento que había hasta mujeres integradas a ese deporte.
Al empezar la temporada, mas o menos a fines de Abril, después de las primera aguas, en cada jornada pillábamos hasta cuatro, pues los sorprendíamos en mal estado físico, ya que estaban gordos como chanchos por la tranquilidad del receso. Pero a medida que avanzaba el tiempo disminuía la cantidad del producto por jornada, ya que iban quedando menos, además por el progreso en su estado físico, debido al correteo. Estos animales podían correr hasta cinco horas sin parar arrancando de los perros. La persecución era a muerte. Por lo tanto, el promedio cazado por excursión era ya sólo de a dos.
A continuación de la caza nos reuníamos en un lugar especialmente elegido para la ocasión y celebrábamos comiéndonos un rico asado y un mejor trago de vino. Esto se masificó tanto que con el tiempo no había nadie que viviera en el campo que no tuviera un perro zorrero en su casa. ………….Y pensar que por una necesidad, descubrimos este deporte tan lindo que se practica hasta hoy en esa zona, pero con la diferencia que ahora se encuentra pocos de esos animales ya que tuvieron que emigrar a otros lugares debido a la terrible persecución. En lo utual, (como decía mi Tata Lucho) o actualidad, con suerte se encuentra un zorro chilla que son chiquitos y sólo roban gallinas, patos, pavos y con cueva un ganso.
Con el tiempo y la fama, fuimos invitados a auxiliar partes mas lejanas, como los altos de Lipimavida, las Pancoras, Las Puertas, etc.etc donde fuimos con nuestros perros y nos lucíamos. A la larga, esto se volvió un negocio ya que pedíamos un cordero por Zorro pillado, y la gente lo hacia y pagaba con mucho gusto, ya que el daño era mucho mas grande si aparecía el mentado zorro.
Un buen día Domingo y encontrándonos en el vicio, la jauría levantó una presa como a las diez de la mañana, y arrancó derechito hacia Vichuquén, y se instaló en el cerro de la cruz, lugar que está al pié del pueblo. El bicho corría de norte a sur o viceversa. La gente que asistía a misa de once escuchó el ladrido de los cinco perros que andaban en esa oportunidad, y poco a poco se fueron retirando del sagrado recinto. Primero los hombres y después algunas mujeres. Al final el pobre cura se quedó casi solo. La gente se fue a instalar a la viña de don Gume, de donde se dominaba todo el escenario y gozaban del lindo espectáculo, totalmente gratuito. Lo malo vino después, cuando el cura don Ramiro o cura chico fue a hablar con nosotros, y nos levantó y nos dejó caer, incluso nos dijo que estábamos poseído por el demonio, y para rematarnos, en la misa del Domingo siguiente, nos crucificó desde el pulpito durante su platica.
Quiero dar dos testimonios vistos por mi persona con respecto al zorro:
Es de idea fija. Porque cuando caza un cordero se acerca lo que mas puede, sigilosamente y fija su vista en la presa elegida., lanzadse velozmente sobre ella sin importarle lo que hay alrededor. Por supuesto la presa arranca y se introduce en el rebaño a veces atravesándolo todo y alcanzando la punta lo cual no es motivo para salvarse porque el depredador no ve nada más que lo que eligió y igualmente lo mata.

Son astutísimos, ya que en todo el tiempo que correteé tras ellos, jamás supe que cazaran una cabra o cabro. Y eso es, simplemente, porque estos animalitos son terrible de alaracos ya que gritan y balan mas que un chancho y eso, por supuesto, los delata. No así los corderos (como su nombre lo dicen) no dicen ni pío.

Recuerdos inolvidables en las Cardillas

Cuando aun era un adolescente la abuelita Labra y el abuelo Tata Lucho vivían en las Cardillas, un lugar muy solitario que se encuentra como a cinco kilómetros de Vichuquén subiendo por el estero del mismo nombre. Lo hacían de manera muy humilde, en una casa muy pequeña, si se podía llamar con ese nombre, chica, estrecha, dos dormitorios y piso de tierra. Como ustedes pueden notar, su patrón Lucho Fester dueño de esas tierras y el hombre mas adinerado de la zona, se preocupaba hongo de sus empleados, pero para la repartición de las cosechas siempre estaba listo con la puruña estiradita, pero en fin, esa eran las reglas del juego y había que aguantar, pero lo principal es que era una familia feliz y con un corazón así de grande. Su núcleo la componían ellos dos, mi tío Lucho, que en paz descanse, y un allegado llamado José o como le llamábamos normalmente NEGRO CALLAMPILLA , que trabajaba con ellos codo a codo en las siembras de trigo en esos cerros inhóspitos, pero que para nosotros tenían un gran encanto. La jornada empezaba a las siete de la mañana, después de un suculento granfaster o desayuno, que por lo general consistía en un plato de comida añeja del día anterior o un rico valdiviano preparado prolijamente por mi abuelita, bien picante, o un rico plato de pantrucas del día anterior con abundante color, (todo Diet), y después al cerro se ha dicho a cultivar sus sembrados. Al medio día empezaba mi participación, ya que era el encargado de llevarles el almuerzo. Mientras ellos comían, yo me tomaba un ulpito con agüita de la quebrada, debajo de un buen árbol.
Una vez terminada la comidita, regresaba a casa y atendía mi trabajo, que consistía en armar mis guaches para cazar codornices y perdices que por lo general me iba bastante bien. Para acortar la espera que llegaran los pajaritos a mi trampa, conejeaba con mis perros directamente traídos de mi casa en Licantén, en donde también me dedicaba a este deporte. Los días feriados le hacíamos con el Negro Callampilla a la extracción del chagual (lejos la ensalada mas rica) y la caza de la Torcaza, ave que en ese tiempo existían en abundancia. En cierta oportunidad, el negro trajo un dato que no podré olvidar nunca: en uno de los árboles de un lugar llamado Los Perales, al amanecer se paraba una bandada tan grande de estos pájaros que lo cubrían por completo. Preparamos viaje un día Domingo a las cuatro de la mañana, escopeta al hombro, y un saco para traer el producto de la caza. Ustedes se preguntarán el porqué tan temprano?, había que estar antes que aclarara, metidos en una mata de boldo sin meter ningún ruido y con la escopeta completamente lista para disparar cuando amaneciera, y se encontraran nuestra víctimas reunidas. Todo sucedió a pedir de boca. Una vez que llegaron los primeros rayos de luz, el peral se empezó a llenar de estas aves, y una vez que estuvimos en las condiciones planeadas: el Negro a cargo de la escopeta apuntando al lugar de los hechos, cuyos tiros (recargados por nosotros mismos) para esa oportunidad había recibido el doble de carga, o sea, doble cantidad de pólvora y munición, lo que también encerraba el peligro que se reventaran, pero como la ambición era tan grande le echamos para adelante no más. Mi misión era sentarme detrás del Negro y colocar las dos plantas de los pies sobre su espalda para aguantar el culatazo del tiro recargado con la dosis mortífera, y contar hasta tres, muy despacito para no levantar sospecha. El guaracazo fue espectacular, la nube de humo no nos dejaba ver nada, pero cuan grande fue nuestra alegría cuando pudimos ver, y el suelo estaba lleno de torcazas pataleando. Las recogimos inmediatamente siguiendo las bandeadas que arrancaban a morir. Al principio fueron como veinte, ya que Callampilla, mas baquiano que yo, se fijó donde pararon, y corrió para ese lugar, encontrando siete mas. Con nuestra excelente cacería volvimos a casa donde fueron muy bien recibidas.
Los abuelos fueron muy pata de perros. Un tiempo estuvieron en el Norte probando suerte en las minas salitreras. Me acuerdo de la oficina Puelma, donde vivieron un buen tiempo, donde mi madre fue elegida reina de la primavera, lo cual ella, hasta muy poco tiempo atrás, no perdía oportunidad de cachiporrearse, y no es para menos porque la vieja cuando joven tiraba caracoles con la pintita que se gastaba …¿ o a quién creen que salí yo? Sin derecho ni a sonreírse ¿entendiste Cach?....
Al parecer la aventura no fue lo bien que esperaban, y regresaron antes de lo que habían pensado. Esas idas y venidas se realizaban en vapor, hoy día buques, y se demoraban tranquilamente cerca del mes o un poco mas, pero en esos tiempos era normal. Incluso sufrieron un naufragio donde murió un hermano de mi abuelita o hijo, no lo tengo claro, (pero Nacho nos puede aclarar el asunto, ya que en su último viaje al Norte ubicó la tumba en la oficina Puelma) A su retorno se arrancharon nuevamente en Vichuquén, donde reanudaron su antigua vida.
Pasaron los años y nuevamente a la aventura. Llegaron a las Cardillas en donde yo también empecé a tallar. La estadía no duró mucho porque las expectativas no eran como se los prometieron, así que apretaron cachete para el Plumero, lugar que está ubicado entre Curicó y Comalle( tierra de mi tía Maria y toda su familia). En el traslado participé activamente, arriando mas o menos unos treinta vacunos hasta Palquibudis, donde nos esperaba un hermano del Tata Lucho llamado Diego, quien se hizo cargo del arreo hasta el lugar antes dicho. Este viaje duró una semana a lomo de Caballo, pero yo, feliz al lado de mi viejo, quién tenía especial cariño para mi, el que yo correspondía de igual manera.
Estuvieron allí un tiempo relativamente corto y nuevamente a las Cardillas, en donde apareció mi hermano Francisco Antonio haciendo pareja con el nuevo miembro de la familia, (ya que el Negro Campanilla se fue en busca de nuevos horizontes.) llamado Walter Voltaire, oriundo de Vichuquén, cuyos padres eran, según lo dicho por el mismo, Carcancho y Madre Del Norte, quienes se lo regalaron al abuelo por necesidades económicas cuando era muy pequeñito. Entre este personaje y Francisco Antonio hacían un dúo ideal, y para terminar les relataré una de las maldades que no tienen perdón de Dios.
El Tata Lucho tenía una yegua de color baya, hermosa y que era su orgullo. Cuando el animal sintió el llamado del sexo, hizo dos viajes a Lipimavida a cruzarla con el potro más lindo de Cotoyo Salcedo. La primera vez el pobre potro se llevo puras patadas, ya que al parecer la dama no estaba lista, así que a la semana siguiente volvió a ir… pero el mismo resultado. Entonces decidió dejarla toda la semana, y el Sábado siguiente la fue a buscar encontrándose con la nueva y excelente noticia que el potro se la había servido. Feliz regresó Retamales con su prenda, y a esperar el hermoso potrillo que tendría que venir al mundo en el plazo correspondiente.
Un buen día apareció rondando la casa un burro, cuyo propietario era Martín, hijo de doña Claudia, que vivía como a cinco kilómetros de la casa, y hermano de don Nacho, si señores, el mismo que ustedes pensaron el terrible Toro Sentado, esposo de la Rosita. Este animal les calló muy bien a Francisco y Walterio y lo hicieron pasar y se lo presentaron a la yegua del Tata. El burro arremetió de inmediato, pero como era muy bajito no llegaba donde correspondía a pesar de su gran herramienta. Después de mucho batallar y no teniendo los resultados esperados, de repente a Francisco Antonio se le ocurrió la brillante idea de colocar a la dama en una especie de cerrito en la parta baja y en la parte mas alta al señor de plomo. Tampoco funcionó, pero como le faltaba poco decidieron valerse de una penca de Pangue o Nalca que se encontraba en el suelo, y ayudaron al Burro a levantar el tremendo bastón y lo dejaron en puerta. El burro hizo fama, y se quedó a caballo como media hora, gozando de su tremendo esfuerzo, mientras la parejita se reía de lo lindo. Cuando el caballero decidió desmontar pudieron darse cuenta que el placer había tenido su precio ya que su grueso y largo pene tenía infinidad de rasmilladuras que fueron hechas con la penca de pangue producto de las afiladas espinas del pangue con el que ayudaron comedidamente al noble animal a ser feliz por un rato. Pasado el tiempo y estando mas o menos en fecha para la parición, Retamales se asomaba todos los días a mirar si había novedad, y cuan grande fue su alegría cundo un buen día vio al lado de su yegua un animalito que lo rondaba. Se fue de trote mar a conocer el retoño, pero enorme fue su sorpresa al comprobar que en vez de una potranquita o un potrillito había nacido un robusto macho que lo miraba tiernamente con sus orejita levantadas. Los insultos se hicieron oír kilómetros a la redonda: este tiene que haber sido el Burro de este ijunagrandeputa de Martín, y tendrá que pagar por el daño causado. Pero a la larga no pasó nada, y gracias a la conformidad que le daba mi abuelita repitiéndole que lo había oído decir muchas veces, “que no había mejor caballo que un buen macho para las zorreaduras”, lo cual lo practicábamos intensamente durante el crudo Invierno. Terminó por calmarse. A la larga el animalito lo vendió en el doble de plata que si hubiera sido potrillo. De estos personajes nombrados, de alguna u otra manera en este relato, sólo viven actualmente los siguientes: LA REINA MADRE, SU HIJO MITO, Y EL NEGRO CALLAMPILLA, los demás se los llevó el Señor con sus secretos y todo, y nos miran no se de adonde, pero nos miran.

Thursday, November 24, 2005

LA REINA MADRE....2ª PARTE (Los tontos de las boinas blancas)

Como les contaba anteriormente, nuestra familia se trasladó a Licantén, vida que en principio fue normal. Nosotros en la escuela y los viejos trabajando tranquilos sin ningún tipo de sobresalto, tanto es así, que se le compró la casa que tenemos actualmente en esa localidad a don Ángel Sepúlveda Días, dueño por aquellos años del motor que surtía de luz eléctrica al pueblo por espacio de cinco horas diarias.
Por supuesto, como en todo orden de cosas, los sobresaltos no faltan y no todo podía ser tranquilidad. Un buen día, mejor dicho, un mal día, se empezó a gestar la peor desgracia en la vida de nuestra madre (Talita). En realidad fue para todos una muy triste experiencia, pero muy especial para ella. Una mañana nuestro hermano Enrique amaneció con síntomas de una enfermedad muy rara, que posteriormente se diagnosticó ser una fulminante meningitis que a pesar de todos los pasos médicos fue irreversible y terminó con su fallecimiento. Este episodio fue más que terrible. Mi madre no se consolaba con nada, se paseaba con su hijo moribundo en brazos por todo el dormitorio aclamando a todos los santos, pidiendo que salvaran a su niño, mientras lloraba desconsoladamente. Y mucho más que eso, sus gritos creo se escuchaban a una cuadra a la redonda. El tiempo pasaba y pasaba y el niño agonizaba en los brazos de su madre, hasta que la tía Eudosia, desesperaba por el sufrimiento del niño y en una forma muy angelical le suplicó que no lo hiciera sufrir más a esa criatura y que se lo pasara para que pudiera morir en paz, ya que mientras ella lo apretara contra su pecho no iba a morir. La mamá hizo caso y se lo PASÓ. Increíble, a penas lo unió a su cuerpo el niño hizo las últimas convulsiones, agonizó un minuto, y se marchó dentro de los gritos desgarradores de su madre a otra vida, donde espero esté mucho mejor.
Queridos parientes y amigos, en estos momentos me corren las lágrimas recordando este episodio que no me habría gustado hacerlo, pero creo que es conveniente para atestiguar lo que todos sabemos cuando ya somos padres, cuan grande debe ser el dolor de perder un hijo. (Nuestra querida Soledad, ya lo sabe. Ojalá no hubiese pasado.)
Ese mismo día, con el cuerpo del niño en sus brazos, en el auto de don Carlos Galaz, piloteado por Camilo, nos dirigimos a Vichuquén, donde lo esperaba su última morada. Cuando pasábamos por "el bajo de la viuda" (cuyo nombre se debe porque justamente ahí la abuelita Zoila fue botada por su caballo al ser espantado por el vuelo de un pájaro desde un matorral) el auto dio un saltito lo cual produjo en Enriquito un ruidito que procedía del interior de su cuerpo, a lo cual a mi pobre madre se le ocurrió que el niño vivía. Costó un mundo que se convenciera que no era posible, pero al fin recapacitó y pudimos seguir a Vichuquén donde fuimos recibidos por toda la familia. Se vivió escenas de mucho dolor, especialmente la de la Talita abrazada a su madre, la abuelita Laura.
Pasó el tiempo, la pena menguó, aunque esas cosas no se olvidan, pero la vida continúa y así fue la nuestra.
Seguimos creciendo y apenas unos cortos años nos integrábamos el club Deportivo Licantén (Nancho y yo). Si señor, el mismo que "tira caracoles con sus jugadores". Al poco tiempo llegamos a pertenecer al primer equipo y lo fuimos por muchos años, dándole grandes y exitosos campeonatos que aún se recuerdan.
Un buen día, no recuerdo de donde adquirimos con mi hermano Nancho la moda de andar con boinas tejidas a croché de color blanco, las que no nos sacaban ni para ir al baño, menos para dormir. No tengo memoria quien nos dijo que nos veíamos la raja con ellas puestas, pero le creímos a pie juntillas. Y ahí estaban apernadas en nuestras cabezas. Por supuesto que a la mamá ya la teníamos chata con nuestra moda, pero no había caso. Ahí estaban muy bien puestas, hasta que un buen día al regreso a casa después de la tertulia nocturna donde don Lete, nos encontramos con un gran letrero en una cartulina blanca que colgaba de una ventana de la casa y decía "AQUÍ VIVEN LOS TONTOS DE LAS BOINAS BLANCAS", lo cual fue suficiente para no colocarlas nunca más. Por supuesto que fueron nuestros queridos tatitas los de la broma, que por lo demás, fue muy efectiva.
En esos tiempos, mi madre era una mujer muy activa que hasta en política se metía. Era partidaria del Partido Radical, y en el tiempo de elecciones salía de noche con otras damas de la misma corriente a visitar sus amistades para pedirles el voto para los candidatos inamovibles que recuerdo era senador Ulises Correa Labra , y el diputado Raúl Juliet Gómez, personas que estuvieron más de una vez en nuestra casa. Para que vea la nueva generación lo movida que era la abuela.
El 16 de Septiembre de 1948 nos azotó la segunda gran desgracia. El fallecimiento del papá, producto de un infarto extenso que no dejó ninguna posibilidad de salvación. Quizás, con la tecnología de hoy, creo que habría podido vivir mucho más, ya que su enfermedad era bastante visible. Recuerdo, por ejemplo, que cuando acompañaba a mi madre a colocar inyecciones al pueblo, tenía que descansar en todas las esquinas, ¿se imaginan ustedes como estarían esas coronarias y ese colesterol?, pero en ese tiempo no se sabía nada de colesterol. Murió alrededor de la media noche al lado de su mujer, inyectándolo por todas partes, pero ya era inútil. El destino estaba echado. A un lado de su cama estaba Nancho con una mano tomada (era su hijo regalón) al otro lado estaba yo con su otra mano y cuando empezó a convulsionar al momento de morir clavó su mirada en mi como diciéndome "pórtate bien y no hagas sufrir a tu madre". Seguramente por ser el más desordenado, pero buen muchacho al fin. Traté de hacerlo lo mejor posible. El funeral fue apoteósico. Concurrió gente de todos los pueblos vecinos. En mi vida había visto un funeral con tal cantidad de gente, lo que demostró lo querido que era por todo el mundo.
Lógicamente mi madre se lo sufrió todo, pero nada comparable con lo de su hijo.
Inmediatamente de haber pasado este remezón, mi madre recibió ofrecimiento de ayuda de toda la gente importante de Licantén, incluso de autoridades, y el único que cumplió fue nuestro odiado y maricón amigo Pepe Hormazábal (Pichinga) que le consiguió en la Municipalidad un pitutito que no demandaba mucho trabajo y ayudaba a empujar el tremendo carro que la vieja tenía por delante. Pero no crean que ella tiró el poto para las moras, no señor, todo lo contrario, viendo su tremenda responsabilidad que ahora tenía que enfrentar solita, trabajo con un ahínco envidiable.
Nunca la oí quejarse en las innumerables veces que la fueron a buscar a altas horas de la madrugada, invierno o verano, con frío o lluvia, seco o con barro que le llegaba hasta la canilla, a patita o a caballo etc.etc. Igualmente partía pensando solamente que era platita que le entraban a sus arcas para satisfacer las necesidades que le demandaban los seis animalitos que tenía que alimentar. Atendía de una simple curación hasta una pequeña operación, ya que el doctor Raúl Vera Solano iba en los casos más complejos y después que los atendiera la señora Talita, que con una dedicación envidiable lo hacía. Con razón Cesar Cuevas Carajo la llamaba la doctora Kawles, nombre que muy bien le quedaba, ya que era la mujer mentolato para toda la gente del pueblo. Me gustaría saber cuanta gente del pueblo trafica en este momento por las calles de Licantén que fueron sacadas del vientre de su madre por la señora Talita. Creo que son muchas. Es por eso, que la recuerdan con mucho cariño hasta el día de hoy. ¿Se imaginan ustedes lo sacrificada que fue la vida de esta viejita que vemos sentada, de poco hablar, y sin ninguna actividad en su casa? Gracias a Dios, no puede estar mejor atendida.
Pero que es terrible la vejez, por lo menos yo le tengo miedo como diablo y pensar que paulatinamente todos marchamos metidos en el mismo desfile que irremediablemente nos conduce para allá.
En el tiempo que murió el tata Pelluco, Nancho ya estaba en la escuela normal de Curicó, y al año siguiente le tocaba salir al pastel que escribe, o sea, más gastos y el difícil problema de hacer el papel de madre y padre. Con los angelitos que tenía mi pobre vieja, no se como salió adelante, pero salió, con algunas bonanzas que estaban por aparecer y ese enviado de Dios fue nuestro querido y bien ponderado Tata Nacho al que siempre recordamos con mucho amor.
Este famoso personaje llegó haciéndose el huevoncito y empezó atacando las ramas para después atacar el tronco, pero esto es tema de otro cuento que ira más adelante, ya que es otro marido y otro padre.
Esto da para mucho más, pero escribo los hechos que mejor recuerdo y más importantes a mi parecer. Son vivencias que tengo grabadas en mi cabeza, y que no se pueden olvidar jamás.
Este cuento está especialmente dedicado a mi sobrina Carolina, ya que ella me pidió que escribiera algo del pasado de la Abuelita, fue poco, pero algo es algo, y lo principal es que lo hago con mucho gusto y un mayor cariño.
No fue fácil, recordar las peripecias que pasó nuestra vieja, ya que los cocodrilos que rodaron por mis mejillas fueron muchos señores, aunque no lo crean.

Tuesday, November 22, 2005

ALGO DE LA REINA MADRE Y SUS NIÑITOS MAYORES

Voy hacer un esfuerzo muy grande para recordar y no equivocarme en el siguiente relato, ya que estos hechos sucedieron hace muchos años atrás, los que empiezo a narrar en este mismo momento y que son, nada menos, que vivencias en la república de Vichuquén.
Empiezo con los dos niñitos mayores de la señora Tala. Hernán y el que escribe. Las recuerdo, no se porque, ya que en ese tiempo yo era muy pequeño, de muy corta edad, pero las maldades parecen que no se olvidan. Les contaré que a pesar que la situación económica de los viejos, no era de lo mejor, nunca nos faltó nada, pero tampoco sobró, siempre en las primicias, estuvimos a la vanguardia. Por ejemplo uno de los primeros en tener Vitrola acompañada de dos hermosos discos 78 nominados “Remuele tu caballo huaso” y “Amigo Tristán Barraza”, los cuales todos querían escuchar en el pueblo, fuimos nosotros.
Los segundos niñitos en ser propietarios de un triciclo, también fuimos nosotros, ya que el primero fue Ramoncito Correa o “piojo de Cabra”, hijo de Iván Correa o “piojo de cabra vieja”. También estuvimos en la vanguardia en el uso del pantalón de Golf, o guardapeos como los apodó la gente, (en todo caso esto fue mucho más adelante que estos hechos), y así un montón de cosas más.
No puedo dejar de empezar narrando la maldad más grande efectuada por un niño tan chico como nuestro querido hermano Hernán.
Figúrense que casi nos deja sin comer y sin pagar ningún compromiso del mes, ni siquiera para comprar un diez de pan. (quiero dejar constancia que el autor de este desfalco, cínicamente actuó sólo, yo, aunque sea imposible de creer, no tuve ninguna participación. Me imagino que por ser tan re chico). Pacientemente estudió con tranquilidad, tiempo, premeditación y alevosía, el lugar donde guardaba el sueldo la mamá al fin de mes, que era fecha de pago. Cuando estuvo bien informado tramó el gran desfalco, y un buen día lo cometió, y con su platita bien envueltita y guardadita en su pantaloncito se dirigió a donde el tío Saladino Toledo, quien poseía un almacén con expendio de golosinas. Este pariente vivía como a una cuadra de la casa y cuando lo vio llegar le sorprendió, porque nunca andaba sólo, y le preguntó que para donde marchaba, a lo que él contestó que iba a comprarle un diez de dulces. Cual grande sería la sorpresa del tío Saladino al verlo sacar el paquetito de plata, que en sí no era mucha, pero era el sueldo enterito de un empleado público, pasándoselo todito para que se pagara de su compra. El tío le dio los dulces, por supuesto, pero mandó a buscar a la Talita mientras lo entretenía, y como no era muy lejos ella llegó rapidito. Para que les cuento, casi tocó una estrella con la mano cuando se dio cuenta de lo que se trababa y las consecuencias….. Menos mal que todo terminó ahí, y el dinero volvió a su escondrijo, pero ahora no se supo donde.
Lo injusto fue, que si hubiese sido el Caco el malhechor, lo habría mandado retobadito al cuarto oscuro. En cambio aquí, no pasó nada. Por lo que reclamo justicia. Moraleja; nunca hay que fiarse de la apariencia, los instintos y la maldad van por dentro. (Aun mata Gatos).
Con mi hermano teníamos unos amigos inseparables, del alma, que se apodaban los matamucho. (Apodo adoptado porque su padre era carnicero y todos los días mataba un animalito) Estos niños se caracterizaban por ser un poco mano larga, pero con nosotros jamás. Ni siquiera un pañuelo. Los viejos hicieron lo imposible para que dejáramos esa amistad, pero no hubo caso. Con ellos lo pasábamos verdaderamente, la Raja.
Cierto día inventamos un viaje, obviamente después que se hubiesen ido los papas a su trabajo. Fuimos de paseo al cementerio, pero no precisamente al campo santo, sino que donde nuestro padre Adán y su señora Adela, compadres de mi madre y muy cariñosos. Tal como se pensó, se hizo. A las nueve 9 AM los matamucho se encontraban frente a la casa dispuestos a empezar la gran aventura. Amarraron un cordel al manurio del triciclo atravesándole un palo, que era el yugo, y lo tomaron cada uno de un lado, (se entiende que ellos eran los bueyes, a los que llamamos dulce y picante). Por supuesto en el asiento se acomodó Hernán y yo paradito al fierro que une las dos ruedas traseras, y partimos calle abajo dirigiendo a nuestros nobles bueyes que nos llevarían a nuestro destino. El primer obstáculo lo tuvimos en la pasada del estero, ya que el agua sobrepasaba el asiento del conductor y a mi me llegaba hasta las rodillas, y como no se podía usar otro medio, a mojarse no más el potito, y seguimos nuestro rumbo animando a dulce y picante. Nos demoramos como una hora en arribar a nuestro destino, siendo muy bien recibidos por la dueña de casa cuando nos vio, siendo la primera atención, un buen ulpo heladito para refrescarse. Pasado un momento nos dejamos queir (dijo don Lalo) y le solicitamos que nos diera permiso par visitar el Tunal, a lo cual accedió encantada la comadre Adela. Fue así como al poco rato teníamos un alto de tunas para llevar de regreso a casa, las que no cupieron en una bolsa que nos prestaron, así que lo mas conveniente que encontramos, fue taconear los bolsillos y carteras casi a reventar. La cosecha de la mata, por supuesto, fue a mano limpia, así que figúrense ustedes la que nos esperaba. Programamos el retorno calculando que, cuando los viejos llegaran nos encontraran ya en casa y así sucedió. Como se imaginaran, la vuelta fue un verdadero martirio, los bueyes no podían agarrar el yugo, el chofer no podía con el volante del vehículo, y yo no me podía agarrar de los hombros de mi hermano, por lo tanto, no me podía afirmar. Fue, creo yo, casi tan penoso como la pasión de nuestro señor Jesucristo. ( que me perdone por la herejía). Te clavaba una espina por un lado, y por el otro cuatro o cinco. Y no solamente en las manos, sino por todo el cuerpo. Fue algo verdaderamente terrible. Teníamos unas ganas locas de llorar y no podíamos por miedo a delatarnos, así que aguantar a lo roto gallo se ha dicho. De esa manera duramos hasta la hora de comida, cuando los viejos notaron algo extraño en nosotros y nos preguntaron, que escondíamos. En ese mismo momento nos largamos a llorar como condenados, y nos fuimos con todo en carrera. Parece que el golpe psicológico fue tan grande que ni nos llamaron la atención. Nos hicieron parar del comedor y nos llevaron al baño donde nos empelotaron y directo a la tina junto con la ropa, donde nos jabonaron hasta por donde no se usa y después una buena encremada. No digamos que fue la solución definitiva, pero por Dios que alivió, porque pasaron cuatro o cinco días y todavía no nos sacábamos todas las espinas. Así termino el lindo paseo con los grandes amigos matamucho.
Al decir verdad, la vida en Vichuquén era placentera, el tiempo pasaba sin ocurrir grandes novedades, era un pueblo muy tranquilo donde todos se conocían y se respetaban, nada de robos, menos asaltos, y mucho menos crímenes. Pero poco a poco fue decayendo por encontrarse geográficamente muy aislado, empezando a surgir Licantén, con tren hasta Curicó, además de su mejor situación geográfica, ubicada en el valle, ya que en eso años no habían los caminos de ahora, y ya se empezaban a crear las primeras oficinas públicas. Motivo por el cual, la gente con más visión empezó a emigrar, y entre esos nos incluimos nosotros. Primero fueron los papás cambiando sus trabajos allí. Como se imaginan, en principio fue súper duro para los pobres viejos ya que vivían en dos pueblos. En la semana en Licantén y el sábado y domingo junto a su familia en Vichuquén. Muchas veces nos tuvieron que dejar enfermos con fiebre alta, a cargo de la tía Eudosia. Esta señora era una allegada a la familia, muy querida, no solamente por el grupo nuestro, sino por toda la parentela. Tanto es así, que envejeció, enfermó y falleció al lado de nosotros, a una edad bastante avanzada. (Un recuerdo cariñoso para ella). Era la protectora especialmente de la Flaca, Nancho, y Pancho, les tapaba todo. Para muestra un botón. El maestro adquirió la mala costumbre de cagar todas las noches en el dormitorio y lo hacia en un recipiente que la tía le dejaba preparado. Una vez echa la persona, lo tapaba con un cartón, el cual no impedía que el olor, realmente insoportable, pasara toda la pieza. Se imaginan ustedes dormir toda la noche con este perfume en las narices……. y para remate la mierda tenía olor a boñiga. Verdaderamente insoportable que daban ganas de guitriar. Hasta que un día, después de haber alegado un montón, no obteniendo ninguna respuesta positiva, y no aguantando más, me decidí a enfrentar a los dos viejos y les expuse mis molestias y la penitencia que tenía que pagar todas las noches sin haber cometido ningún pecado.
Fui oído, ya que desde ese día, nunca más se cagó en el recipiente. Sólo donde correspondía. O sea, era pura mala costumbre, o por hueviarme a mi ?...........
Como les decía antes, la tía Eudosia, acompañada de una nana, se quedaba a nuestros cuidado cuando los papas estaban en sus trabajos en Licantén, pero así y todo, se las arreglaban para estar el mayor tiempo posible al lado de sus retoños. La mayoría de las veces salían a las cinco de la tarde de sus trabajos y, a esa hora, partían rumbo a Vichuquén, a lomo de caballo, donde llegaban como a las 10 de la noche para regresar al otro día, a la misma hora, a cumplir con sus obligaciones. De esa manera, pasaron y pasaron los días, las semanas y los meses.
Poco a poco la situación se fue regularizando y en un tiempo bastante prolongado, nos pudimos instalar todos juntos a vivir definitivamente en el pueblo que tanto queremos hoy día. Licantén.
No nos costó mucho acostumbrarnos. A la semana ya teníamos amigos y a mi me tocó ganarme un corte con otros pelusones descargando un carro del tren lleno de sandias, y la paga fue dos chauchas y dos sandias. La Chela (la empleada en esos tiempos) saltaba en una patita de contenta por la propina, (que por supuesto la hicimos recagar en forma inmediata en golosinas, chocolates, berlines y empolvados, compartiéndolos con ella) así que me lavó al instante la ropa de trabajo, para no ser sorprendido por la Talita, y esto fue varias veces más.
Considerando que este relato es para largo, y para no perturbar sus trabajos, he decidido dejar hasta aquí la narración, esperando que haya sido de su agrado, para la próxima vez continuar con el final

LA NECESIDAD TIENE CARA DE HEREJE

En uno de los innumerables veraneos en Licantén, este fue uno especial, ya que nunca nos habíamos reunido tanto en una misma época (cerca de 30 personas). Un buen día a alguien se le ocurrió una brillante idea, creo que fue a los Correa Hernández, propusieron hacer un paseo al infiernillo, cuyo morral para todos los participantes serían unas ricas humitas confeccionadas por el conglomerado, fue así como se lanzó la idea y se aprobó por una miá. Se formaron las comisiones, y empezó a trabajar la máquina, a mi persona junto a Gastón se le comisionó la compra del choclo, elemento clave para una buena humita. Por favor creanme, recorrimos el pueblo entero hicimos todo lo posible fuimos todos nuestros amigos y no pudimos conseguir ni siquiera una coronta. Cuando llegamos, totalmente derrotados a casa, la disolución de todos fue total, ya que la idea había prendido como mecha de dinamita y por falta de este elemento estaba al borde de fracasar.
Viendo este estado de ánimo dije a Gastón “no es posible que por este tan importante elemento fracase nuestro paseo” nos miramos, y en un par de segundos, escopeta al hombro, subimos al furgón. Nos dirigimos directamente a casa del “mágnum” (mi secretario de cacería y pesca en aquellos años). Le expliqué el problema que nos aquejaba, y la idea que teníamos entre mano. (Acudir al acto ilícito, o sea, el robo) a lo que me contestó “cuando el pueblo tiene hambre es legal sacar alimento de cualquier parte”. Subimos al furgón y nos dirigimos hacia el puente de Los Escalones, donde yo tenía mandado a guardar mi bote y motor. Los echamos al río y enfilamos aguas abajo buscando la parte adecuada para delinquir. No fue fácil, varios de los intentos que hicimos fueron fallidos, ya que había cuidadores casi en todos los maizales. Pero no desmayamos por este impedimento y seguimos río abajo, cuando nos encontrábamos a unas tres cuadras del pueblo de Lora caímos por fin a la beta. Justamente un sembrado de maíz llegaba al mismo río, no era más de media hectárea, el producto era de primera calidad, con unos dientes de caballo preciosos y súper granaditos, era lo que necesitábamos, y mano a la obra en forma inmediata. “Mágnum” pescó un saco de esos paperos y se zambulló en el plantadio, cortaba y echaba al saco como una máquina. Gastón en esos instantes se encontraba escopeta en mano y se paseaba paralelo al río con suma atención a cualquier movimiento extraño a su alrededor, parecía un verdadero cabo Urquiola, y yo sentado al volante listo para apretar cachete si llegábamos hacer sorprendidos. No pasaron cinco minutos y ya teníamos un saco lleno de choclos en el fondo del bote, el guardia se paseaba seriamente escopeta al hombro y su figura era tan especial que a los días después un ciudadano de la zona dijo haber visto ese mismo día del robo a la orilla del río a un pelado tan particular, y que sería muy fácil hacer un retrato hablado. Desde ese mismo momento mi querido hermano Pancho lo bautizó como “RETRATO HABLADO”. A los cinco minutos siguientes teníamos el segundo saco llenito en el bote.
El regreso aguas arriba fue muy lento, el pobre motorcito se llegaba a tirar peos cuadrados contra la corriente, pero no aflojaba, y como no, con el pesito que trasportaba, cual de los tres más pesado, más los dos sacos de dientes de caballo. Para darles una mejor referencia el camino de ida lo hicimos en 15 minutos y el de regreso en hora y media. ¿Se imaginan?
Por fin llegamos al puente de Los Escalones, lugar donde nos esperaba el furgón al otro lado del río medio camuflado en un potrero. Esperamos el momento adecuado, y los sacos arriba se ha dicho, el secretario (mágnum) se encargó del bote y dejarlo en su respectivo lugar. Llegamos a la casa casi oscuro, pero cuan grande fue el alboroto al ver los sacos con choclos y de tan buena calidad, se pusieron mano a la obra en forma inmediata, liderados por el matrimonio Correa Hernández. Todos se ofrecían para ayudar, los rayadores del Tata llegaban a echar humo y antes de las doce de noche la faena estaba terminada, cerca de 300 humitas.
Los más viejitos, a esa hora nos fuimos a los cueros, y los más jóvenes a la parafernalia que era su devoción.
Muy temprano al día siguiente, el toque no se hizo esperar (a esa altura el doctor aún no hueviada en las mañana haciendo interpretaciones muy desagradables). Después de un merecido granfaster, a ordenar el equipaje de viaje. Siendo más o menos las nueve AM los autos estaban cargados y dispuestos a partir. Fue así como empezó nuestro paseo tan lleno de obstáculos. Llegamos al lugar de destino EL Infiernillo cerca de las 10:00 AM. Toda la familia ayudaba para sacar la infraestructura de los vehículos para trasladarla de un solo pencazo al lugar de la los hechos, ya que el lugar escogido queda como a medio kilómetro, trayecto de pura arena. Pero el objetivo era estar lo más solo posible.
No podía ser todo color de rosa, más o menos a treinta metros de nuestro campamento estaba ocupado por gente del Aquelarre, que tenían puesto un elegante quitasol, sillas de playa, camitas areneras y al lado una rica camioneta 4x4. La estrategia empleada fue mortífera para esa gente, la primera en disparar fue la señora Tatiana gritando “ya pues, los hombres prendan fuego para poner la parrilla y empezar a calentar humitas ya que son muchas y hay que darles el bajo”, otro dijo en voz alta “ me estoy tirando unos flatos tan grandes y hediondos por la comidura de chunchules con ensalada de cebolla y repollo”, y para rematar la fina conversación de mi compadre Francisco Antonio, tan diplomático como siempre, dirigiéndose a Tatiana “Comadre, espéreme tres minutitos, justo el tiempo que yo me demoro en pegarme una cagada ahí entremedio de esas rocas y lavarme la raja en el mar y después le prendo el fuego con las manos limpiecitas”. En ese mismo momento se escuchó el ruido de un motor que partía, era la 4x4 que se alejaba rumbo por el camino que lleva a Iloca y el Aquelarre. Entonces empezó la verdadera fiesta, humas iban y venían, mates a doquier, los tontos huevos duros se paseaban de mano en mano, pan amasado, tomates. Imagínense ustedes qué podría faltar, si los jefes de cocina eran los Correa Hernández. Pasamos un día de película, pero nadie se acordó del pobre hombre que donó los choclos que tanto los cuidó durante un año para desaparecer en diez minutos.
Llegamos de regreso a casa como a las diez de la noche, cansados pero felices de haber compartido durante todo el día con la familia.
Señores, esto no termina aquí, pasado unos meses un lindo día domingo Tata Nacho fue al club Social a su jugarreta de dominó. Mientras esperaba sus compañeros de juego, se encontró con Raúl Moraga, tío de Gastón, y se pusieron a conversar más doña Rosa Concha, esposa de don Guillermo Concha, y charlaban y comentaban lo que estaba creciendo el pueblo, pero al mismo momento lo malula que se estaba poniendo la gente, no hacía muchos días le habían robado a don Ciro Boeto toda la recaudación de la venta de la bomba de bencina, al capitán de carabineros dos pavos que le habían regalado para celebrar su cumpleaños, pero como eran del capitán aparecieron en el fondo de la casa de nuestro amigo Manine. Pero lo más pintoresco y alarmante es Nacho, le decía Raúl, las modalidades que se estaban usando, ¿y cuales son esas?, preguntó muy intrigado el Tata. A lo que Moraga respondió.” En Bote”. “fíjate que a un pobre hombre que vive en Lora tenía una hectárea de maíz plantada y de la noche a la mañana no apareció ningún choclo, y eso que la puerta de acceso estuvo con llave toda la vida y según las huellas, el robo se produjo por el río, no se como, pero así fue, alguna gente a echo el comentario que un buen día se sintió un ruido de un motorcito fuera de borda y además se vio una figura de una persona muy particular, medio pelado, que se podría, por intermedio de un perito, hacer un retrato hablado muy fácilmente”. Nacho muy consternado comentó “Por dios, a lo que estamos llegando, no hay derecho que barbaridad”.
A los muchos años después estando más grande y responsables (algunos) le contamos al viejo, quién se cagó de risa y pidiéndole su impresión manifestó así cara de raja, que no le extrañaba, porque conocía muy bien el caballo que montaba y nos encontraba capaz de eso y mucho más, lo único que habría echo es pagar a ese pobre hombre el terrible mal causado, o sea, lo mismo que les propuse yo, y fue rechazado de plano, no quedando otra cosa que aplicar las sabias palabras de “mágnum”.

UN GESTO DIGNO DE IMITAR

En tiempos pasados, la séptima región de nuestro país sufrió una gran desgracia. Un cataclismo azotó violentamente a esa región y el epicentro fue nuestro querido y sufrido pueblo de Licantén, el que casi desapareció, pero gracias al empuje y coraje con que enfrentaron nuestros antepasados el problema, mas una ayudadita política del Partido Radical ( partido que existía en esos tiempo, y que de verdad protegía a nuestra clase media y por lo que la mayoría marchaba en esa línea ), sacaron adelante el pueblo, pero así y todo quedó enfermo, alicaído, y la gente no se conformaba de haber perdido todo y con tantas obligaciones por delante tener que cumplir.
Así lo conocimos nosotros. Los malos momentos pasaban muy lentamente y poco a poco la gente se estaba integrando a la vida normal con un poco más de optimismo. En ese entonces, empezaron a aparecer las familias que la mayoría de nosotros conoce o ha oído hablar de ellas, como los Toledo, Hernández, Díaz, Satelices, Olguín, Gil, Espina, Puente Cortado Etc. Etc.
Un buen día, un grupo de bien lanzó la idea de organizar un baile en el local de la escuela del pueblo para reunir fondos para darles almuerzo a los niños que vivían lejos y no tenían el tiempo suficiente para ir a sus casas. Resultó mejor de lo que se esperaba, ya que toda la comunidad se puso la camiseta y concurrió, aunque fuera por cooperar. Este evento lógicamente fue organizado y atendido por la gente adulta mas representativa del pueblo, especialmente empleados públicos que en esos tiempos eran muy bien mirados como autoridad, ya que casi todos tenían educación, la cual, les falta mucho a los actuales.
Gracias al éxito obtenido, tiempo después la juventud se organizó y llevó a efecto, propuesto por nuestra familia, un pequeño malón en la sede del club Social, atendido por su propia concesionaria la señora MORAIMA, con el mismo fin de reunir fondos para ayudar en lo que fuera necesario. En ese mismo lugar floreció la brillante idea de organizar e invitar a todas estas personas deprimidas y amargadas, por su situación tan incierta, a un paseo a Iloca por el día, y ser atendidos por nosotros mismo para hacerlos olvidar, aunque fuera por un rato su inmensa pena. La idea fue conversada con algunas personas clave y le echamos pa’ elante no más. El principal protagonista de nuestra expedición, fue el dueño de la movilización colectiva, don Gilberto Diaz Latorre, casi papi y suegro a la vez de nuestra familia, quién no tuvo ningún inconveniente en facilitar la máquina de color verde que cubría el recorrido Licantén – Curepto. Estaba todo muy bien organizado, tanto en la parte económica como operativa. Las personas de la familia que tenían que cooperar en atención a nuestras valientes vieja, éramos hasta Caco. Los demás estaban muy pendejos. Nuestro lema era “que nada les falte y no permitirles recordar ni un instante por ese día el difícil momento que estaban viviendo”, estábamos a martes y el día acordado para que partiera la máquina verde del amor, fue el Sábado de la misma semana.

El día señalado, siendo las 8.a.m., frente a la plaza, Gilberto Diaz, (esto queda al lado arriba de la casa de concha de lata) ”partió la máquina verde del amor con su propio dueño al volante. Como secretario y acomodador, Arnoldo Coronta, esposo de la señora Pura Cueva hija de la señora Lucila Cueva Rojas, a quién más de alguna vez ustedes han oído mencionar.

El primero en hacer una donación para atender a nuestros invitados, fue Cuero Seco, y consistía en un canasto muy limpiecito en cuyo interior había puro filete y lomo de un perro muy bien adobadito (su especialidad) que le había donado el jefe de estación el señor Vallejos. Nos detuvo frente al pino de la casa de su padre don Aníbal Peredo, el mismo que ataja las yeguas a peo. Seguimos viaje y en la boca calle del negocio de don Conejo, nos esperaba otra donación. Era la señora Chila, que con un canasto colgando al brazo aportó una cachada de prietas recién echas y una bolsa de pan amasado. Avanzamos por la calle Lautaro hasta la esquina de don Ciro, donde nos esperaba la primera pasajera, la señora Dominga o doña Dominga. Si señores, la abuela de nuestra conocida Magdalena, quién sacó debajo del refajo un tuto de pavo, que según ella se lo había robado recién en la Residencial Fajardo y de pasadita se había pegado una buena miada con cagá incluida, en el jardín de don Carlos Galaz. En la siguiente esquina nos esperaba la señora Virginia (esposa de don Chasca) con un tremendo canasto de pan amasado para acompañar el almuerzo. Ahí doblamos derecho a la plaza donde nos esperaba el grueso de nuestros invitados. En primer lugar la señora Gertrudis, elegantemente vestida de ropón negro y de una hermosa chupalla de ala ancha, que le cubría toda la cabeza incluyendo la cara y el tremendo tomate que le adornaba la nuca. Se encontraba sentada en un banco debajo del sauce con una inmensa torta de mil hojas y, por seguridad, su brazo descansaba sobre ella, por miedo que nuestro querido amigo Pache, se la robara, ya que ya lo había echo una vez, y ayudada por el Coronta subió a la micro.

El próximo pasajero fue el gran maestro “Chico Pintor” que a esa hora, como era su costumbre, ya se encontraba todo meado y cocido y su pobre mameluco lucia un tremendo patacón alrededor de su fuerte pene y lo primero que hizo fue su ruido característico O..JO:JO:JO:JO.
Coronta lo sentó al lado de doña Dominga para que echaran a pelear sus olores. Detrás de ellos arribó doña Sara Paila, no menos loca que de costumbre y la primera roseada que nos mandó fue “que están haciendo aquí viejos culiaos en vez de estar acostaditos en sus casas haciendo cacha”. Eso fue para entrar en confianza. Luego le tocó subir a la orquesta, dirigida por el
Maestro Pato Yévenes, junto a César Díaz o Reyes, Mario de la Escuela, “manchadito” y Pedro Juan quienes al compás “De los potreros están sin ganado”, se introdujeron al bus. Detrás venía la orquesta sorpresa encabezada por Carde milito (colega de nuestra reina madre) acompañado por tres gitanos con sus respectivos instrumentos y dos pailas de cobre para sus respectivas rifa. Esta rifa, por supuesto, era para su propio beneficio. De repente apareció muy apurado y agitado nuestro amigo Julián Ruiz de Gamboa quién portaba dos chuicos de chicha donados para LA Caravana. El único que quedó abajo sin hacer ningún aporte fue Pichinga, que se paseaba tranquilamente comiéndose un rico y suculento sanbuchito de callos acompañado de uñas recién cortadas.
Tomando nuevamente nuestro rumbo seguimos el viaje enfilando por la calle Lautaro donde fuimos parados por don Custodio Díaz, que en paz descanse, y que muy cagadamente donó una cajita con nísperos, fallecido pero de todas manera muy cagado .Después de las bromas y rizas por la pobre donación rumbeamos nuevamente camino a la costa nos volvimos a detenernos frente a la botillería de Luchín Calquín, quien en nombre de su familia hacia una donación de 5 javas de bebidas para calmar la sed y a lo que doña
Dominga dijo “¿no podría agregar a nombre de la familia una garrafita de Tinto?”.

Seguimos el viaje, y al ver a alguien que aleteaba como gallo enajenado nos detuvimos. Era Cesar Cuevas Carajo, el hombre que fabrica billetes, son palabras de él, no mías. Fue así como subió al bus y reanudamos el viaje. Al primero que vio arriba fue a Francisco Antonio y exclamó casi gritando, “Señor Toledo. que tremendo gusto de verlo y felicitarlo por lo linda que es su hijita, se veían muy bien caminando abrazados por la calle Lautaro”. “Y como está la doctora Kawles?”, “hoy día no mas le puso una inyección al Rulo (su hijo), también ayer me encontré con la señora Laurita, su Abuelita, iba caminado rumbo a su casa cargadita la pobre viejita, y ese guatón Eusebio que tiene en su casa y que pasa calentándose las patas al sol y tirándose las huevas, ni capaz de ayudar a la ancianita cargada como GURRA por medio de las piedras y a la hora de mas calor.” “pobrecita la viejita”.
Mientras tanto, la máquina seguía avanzando y paramos donde la Martita Véliz, quien nos esperaba con una canastada de peras yeguas. ¿Se acuerdan del árbol que hay al lado izquierdo de la calle al frente de la casa de ella?.... De allí nos fuimos en forma expresa hasta donde el padrino de mi compadre Francisco Antonio, don Humberto Jofré, quien nos esperaba en medio de la calle. Al detenernos lo primero que preguntó fue si iba su ahijado Panchito, a lo que le contestó el mismo,” Aquí estoy vivito y colendo padrino, y después de abrazarlo fuertemente hizo entrega de dos cabros, y si quería le prestaba el rocillo para pasear a caballo a las viejas, pero Pancho, por razones obvias, solamente aceptó los caprinos. Después, rumbo a la playa se ha dicho. Pero no nos imaginamos nunca que nos quedaba una última parada, y fue en Lora. En la berma del camino esperaba pacientemente nuestro conocido amigo y compadre de mi madre, Nano Guerra, quien portaba entre sus manos un paquete que contenía cinco pollíferos escabechados y subió a integrarse al crucero del amor.
Al fin emprendimos la marcha final con destino a la playa de Iloca. Nos instalamos en la desembocadura del río en el mar, o sea, teníamos las dos cosas, salado y dulce.
Las viejitas se bañaban con refajo y todo. Doña Dominga y Sara Paila hicieron muy buenas amistades y se cagaron y mearon metida en el agua, diciendo que lo hacían de puras contentas y felices de por haber conocido el tan mentao mar. Galopito aprovechó mientras los otros se bañaban y se mandó varias presas de liebre al aceite, hechas por don Lalo Charuaga acompañándolas con tres panes en cada mano La señora Gertrudis dejó de cuidar su torta, ya que no corría peligro de ser robada por el Pache por no ser de la partida, y así cada uno se entretuvo que no se dieron ni cuenta como pasó el día.
Como a las seis de tarde se tocó la retirada. Ellas no se imaginaban la recepción que les teníamos en La Pesca. En una casa previamente alquilada, era una hostería bastante grande que queda un poquito mas abajo de donde vivía Zenobio, al lado de una piedra grande que decía Juliet. ( gran candidato del Partido Radical). Cuando llegó el bus de la felicidad manejado gallardamente por don Gilberto y vieron la magna manifestación, se oyeron gritos de felicidad y descendiendo de la maquina entraron al recinto. Las viejitas no cabían en su pellejo y lo único que hacían era dar gracia a Dios por esta cosa tan maravillosa que estaban viviendo. Estaba la orquesta, encabezada por don Lucho Véliz, con su acordeón a cuesta, que había llegado directamente desde Vichuquén, vía el cerro. Cesar Diaz o Reyes, y Mario de la Escuela, hacían vibrar el clarinete. El pato Yévenes y Cesar Cuevas tocaban tan bien y fuerte sus trompetas que hacían retumbar el cerro y el agua del río se veía ondulada por las ondas sonora que producían los músicos.
Por otro lado, Pedro Juan y Manchadito hacían guaras con su bombo y tambor,…..en fin era una parafernalia por donde se le mirara, todo el mundo bailaba y comía la rica liebre al aceite, perro asado por cuero seco, etc. Las prietas de la mamá Chila se veía en boca de todos los comensales. Doña Dominga y Sara Paila le daban duro a la garrafa de vino y a los chuicos de Julián. Mientras tanto, nosotros nos preocupamos que nada les faltara y atentos a atender cualquier petición. En ese momento, entró a actuar Carde milito y sus gitanos, no lo hicieron muy bien ya que a esa altura se encontraban muy cocidos y mas engrasados, que rueda de carreta (no usaban servilleta y los huesos eran lanzados por la ventana) tan cocios estaban, que pudieron rifar una sola paila, la otra por cuenta de los organizadores la sorteamos entre nuestras invitadas.
Al considerar una hora prudente, emprendimos el regreso dejando atrás este lugar tan lindo llevándonos tan hermosos recuerdos. El viaje de retorno se efectuó sin contratiempo, y la mayoría de nuestras invitadas dormían a pata suelta por el sueño, el cansancio y por algunos grados de alcohol de más en el cuerpo.
Más o menos a la altura del médano, frente a la casa de Javier Gutiérrez, se paró la señora Gertrudis y dijo al oído a don Gilberto “Adonde pueda pues péguese una paraita para echar una meaita” a lo que le contestó “apenas pasemos el camino angosto”. Al poquito rato (el chofer se había olvidado de la petición) y se escuchó en la oscuridad. “Bueno mijito va a parar o no, porque si la respuesta es negativa en este mismo momento me estoy meando”.
Llegamos a la plaza de Licantén, todos muy contentos y sin novedad. A esa hora la única persona que había y estaba sentada en la plaza justo frente donde paró la micro, era la Magdalena. Suegra de unos cuantos, y a la que le hice la siguiente pregunta

¿Qué hací sola a esta hora sentada en la plaza con este frío?, y me respondió en el acto. “Que otra cosa se puede hacer en esta cagá de pueblo…aquí estoy rascándome el hoyo”…. respuesta muy de ella. ¿No creen?
Así terminó nuestro tour de amor, (de aquí copió don Francisco su famosa “Jornada del Amor”) muy felices de haber conseguido el objetivo que nos propusimos, y las viejas más felices todavía, de haber vivido un día en el paraíso, según sus propias expresiones.

VERANEO EN LIPIMAVIDA

Cuando aún era muy pequeño, fui a pasar mis vacaciones de verano a Lipimavida, lugar que todos conocemos, aunque sea de nombre, por ser tierra de la familia Bravo Kawles, compuesta de nueve hermanos, seis hombres y tres mujeres.
En ese tiempo eran todos muy jóvenes, excepto uno que era casado llamado Gregorio, o Goyo, como se le nombraba habitualmente.
Cierta vez, Gregorio tuvo que cumplir una obligación familiar, por ser el mayor, y asistir a un funeral al pueblo de Vichuquén, lo que hizo acompañado de su hermana, la mayor de las mujeres llamada Eliana ( Nana). El viaje era relativamente corto y se efectuaba más o menos en dos horas, a caballo por su puesto. El oficio religioso fue dirigido por el reverendo padre Ramiro, o cura chico, quien también concurrió al cementerio. Se preguntarán: ¿quién es el cura chico?......es el mismo que acompañaba el cortejo por la calle de Vichuquén de don CALLA esposo de la señora MATILDE, gritando A VIVA VOZ el siguiente responso ”Un riquitimpache que pase don Calla adelante y la señora Matilde de Atráaaas” .
Una vez terminada la ceremonia de misa, con entierro incluido, se juntaron las personas que venían de los alrededores con la idea de almorzar juntos en alguna pensión a buscar, y así lo hicieron. Las mujeres se acabronaron y se sentaron todas juntas, y los hombres lo hicieron por otro lado. Se formó una tomatera que terminó con varios parroquianos más doblados que churros, y por supuesto, entre ellos nuestro querido pariente Gregorio.

Cuando iban a emprender la retirada para volver a casa, llegaron los carabineros u pacos, que al ver el desorden que tenían producto de los grados de alcohol demás que tenían en el cuerpo, con el que regaron el almuerzo, empezaron a llamarles la atención no con muy buenos modales, a lo que nuestro personaje reaccionó muy pacíficamente y con esa voz ronca que tenía, producto de una afección a las cuerdas bucales, les hizo ver que no tenían derecho a tratarlos de esa forma. Pero esa ronquera le jugó una mala pasada, el Paco la interpretó mal y reaccionó diciendo “Así que fuera de desordenados, curados, aniñados, más encima te venís a botar a RONCO”…..; y acercándose le propinó dos culatazos con el fusil los que al pobre Goyo le hicieron escupir tachuelas. Se dan cuenta queridos feligreses que hasta por los defectos físicos lo castigan…… no hay derecho.
Una vez superado el incidente, partieron de regreso los Lipimavínos por un lado y los Ilocanos y los de las Puertas por otro. Así terminó sumamente adolorido nuestro personaje que después de reflexionar aplicó el siguiente dicho. “Mejor es callar, Dios manda en el cielo, el Diablo en el infierno y los pacos en la tierra”.
A continuación me referiré a otro de los hermanos de esta familia y muy específicamente a José Bravo Kawles, que cariñosamente lo llamábamos Don Jóse. Este don Jóse, era una persona de muy buen corazón, pero casca rabia como el solo, por lo que todos lo hueviavamos más de la cuenta, y para más recacha era medio tartamudo y cuando hablaba enojado más se le notaba.
Un buen día, Lalo, otro de los hermanos de esta honorable familia, quien era el que hacia el papel de dueño de casa, me invitó a pasear a Iloca el día Sábado, lógicamente que a caballo, a lo que respondí en el acto: “Claro, tu no tienes problema, porque con ese lindo potro alazán del que te tienen envidia todos lo que lo conocen vas a cualquier parte, pero yo que no tengo ni uno de palo me tendría que ir a patita a la siga tuya y tus amigos” . La respuesta la tuvo en la punta de la lengua: “Pídele la yegua a don Jóse, estoy seguro que te la presta de muy buena voluntad. A lo que como niño bien mandado hice caso inmediatamente, y enfrenté a este viejo cascarrabias de la siguiente manera: “¿ Don Jóse, usted me prestaría la colihuínca para ir a Iloca con su hermano Lalo el día Sábado?” Y me respondió, de muy buena manera, “que bueno”, pero que tenía que traerle de regalo una cajetilla de cigarrillo al regreso, y que se la cuidara. Trato hecho le contesté.
El día sábado, tempranito estábamos en pie de guerra para salir, más contento que un perro con pulgas, y fue así, como iniciamos nuestro paseo, acompañados de cuatro individuos más que vivían en el vecindario. El más viejo se llamaba David, alias el macho, Cucho, (el nombre nunca lo supe, pero era hijo de Salcedo, el hombre más adinerado de la zona), Alíro, sin apodo, y uno de los chillos (que eran dos mellizos), hombre que explotaba los recursos marinos extrayendo cochayuyo, pelillo y luche. Lalo y yo. En total, seis.
El viaje fue muy lindo, el camino, (no existía el que ustedes conocen en lo actual) era por la orilla del Océano y muy entretenido. Cuando reventaban las olas un poquito más de lo normal, los caballos quedaban con el agua a la altura de las canillas y si en ese momento los hacías trotar salpicaban el agua salada a todos los que iban adelante, entretención a lo que yo me dedicaba y disfrutaba de lo lindo.
Llegamos a Iloca poco antes del medio día, directamente a una cantina, cuya dueña era la señora Tomaza, a quien le pedieron que nos preparara almuerzo, y empezó el cañoneo, que por estar a orillas del mar parecía combate naval de Iquique.
Cuando como a la una nos llamaron a pasar a la mesa, estos veraneantes dejaban bastante que desear, no se si era efecto del trago o la brisa marina que corre en la costa especialmente a esa hora.
Una vez terminado y habiendo saciado el apetito, me acerqué a Lalo (mi tutor) y le comuniqué que iba a dar una vuelta por el pueblo, y que a que hora tenía que estar de regreso, a lo que me respondió, que alrededor de las siete.
Salí rumbo al centro, y apenas había andado cincuenta metros apareció el primer amigo, era de Lora, se llamaba Carlos Fuentes, que con el tiempo fuimos compañeros de colegio y para más remate de curso y asiento, en el instituto San Martín de Curicó. Para que les digo, la junta con este individuo da para un cuento. Caminamos juntos en la misma dirección y nos encontramos con varios amigos más, casi todos de Licantén, en total nos reunimos como siete. Lo pasamos la raja en compañía de algunas damas, y así no me di ni cuenta cuando me iba llegando la hora de regreso a la cantina. A mi llegada a ese burdel los encontré a todos muy contentos, pero todos curaditos, hablando puras cabezas de pescado. Me acerqué a mi tutor y pregunté. ¿Ha que hora nos vamos? Y me contestó, en un cuarto de hora más, siempre que seamos capaces de subirnos al caballo. Esperé pacientemente hasta que armaron viaje de regreso.
Volvimos con uno más de los que llegamos. Era un ciudadano que yo no conocía y Lalo me sacó de la duda, es un amigo que vivía en tiempos pasados en Lipimavida e iba a dar un vistazo a la parentela que aun conservaba por esos lados. Al poco rato de caminar me pude dar cuenta que el “Macho” David no conversaba muy amigablemente con nuestro nuevo compañero, y fue tanto…. que los escuché hablar de puñetes. Cuando íbamos a altura del cajón, que es una entrada de mar, tanto que actualmente hay un puente en el camino público, (esto está a pocas cuadras de la hostería de Gilberto), cuando en un dos por tres se quedaron atrás, desmontaron, dieron cinco pasos y estaban en la playa en posición de combate. Nadie se metió, y empezó mi alma, el Macho más mañoso y un poco mayor, fue sorprendido con un aletazo en plena oreja que terminó con él en el suelo, pero levantándose inmediatamente y metiendo la mano a la cartera de la chaqueta sacó una botella pisquéra que le quedaba el potito y abalanzándose sobre su contrincante le aforró un botellazo en lo que es cabeza. Para que les cuento. El arma asesina quedo echa mil pedazos, y la cabeza del pobre hombre echa mierda, la sangre corría a borbollones y el pobre individuo se mantenía en pié gracias a su juventud y fortaleza. El macho se fue encima y lo agarró como queriéndolo tomar en brazos para tirarlo al mar, pero cuando el herido sintió agua helada escurrir por su cuerpo, reaccionó, y pescando a David de las patas aplicó dientes mordiéndolo fuertemente en la pierna, lo que debe haberle dolido mucho, porque lo soltó inmediatamente, los dos abrasaditos rodaron por la playa, que tenía como veinte centímetros de agua, forcejeando de lo lindo, hasta que el resto del grupo se compadeció y reaccionó separándolos y se terminó la pelea con los contendores empapados de agua y llenos de sangre por las heridas que produjo el misil. Seguimos caminando rumbo a una pequeñísima posta rural de primeros auxilios donde dejamos al ciudadano desconocido por mi persona.
Reanudamos luego el camino, yo convencido que íbamos directo a casa, pero no fue así señores. Antes de llegar al puente de Pichigudis y al camino que dobla al Oriente para donde Don Pancho Uvilla, a mano derecha existía una casona antigua, cuya propietaria era doña Maria Bravo. (Nada que ver con la familia de Lipimavida) Esta casa la empleaba como restaurante o cantina, y era muy conocida por todos, ya que era pasada obligada, especialmente los fines de semana por los transeúntes de la zona.

Como no tomaban hace más de una hora, llegaron muertos de sed, y empezó el cañoneo sin perdida de tiempo. Menos mal que se acordaron que también había que comer, y mandaron a confeccionar una cazuela con chuchoca, de la cual me mandé dos platos y me fui acostar a una rica cama ofrecida por la señora María. Al tiempo que puse la cabeza en la almohada me dormí como tronco, y no supe de mi alma, hasta la mañana siguiente. Cuando me levanté, todos dormían, menos dos, que decidieron continuar viaje esa misma coche.
Los otros pasaban la curadera acurrucados en cualquier parte, menos Lalo, que se instaló en la cama de la dueña de casa donde pasaron una noche calientita (nada mas). Pronto salí al camino a revisar nuestros animales, y aproveché de darles agua y un poco de pasto seco que encontré en el corredor. En eso empezaron a aparecer los demás comensales, con la caña que no se la podían.
Cuando íbamos a emprender la retirada, me pasó un percance terrible. Ya estaba sentado sobre mi cabalgadura cuando siento que por el anca de Colihuinca aparecieron dos manos de caballo, eran las del potro de lado, que habiéndose soltado las riendas se fue ciego y se montó a caballo de mi cabalgadura. Me tiré abajo como alma que se la lleva el diablo, y no me quedó otra que presenciar un tremendo y largo coito ilícito efectuado por estos dos animales, lo cual me produjo una especie de chock. (Aún era un niño inocente). Al ratito emprendimos el regreso definitivo, llegando a nuestro destino más o menos a medio día.
Estábamos descansando sentados en el amplio corredor que tenía la casa, cuando repentinamente llegó don Jóse, enojado como un Quique, la pera ya le llegaba al suelo (era medio paguacha) y empezó a increparme violentamente, y tartamudeando se largó “ No ,no .no etc. te presté la yegua por el día Sábado y y y la de devuelves hoy largo reculiado” , Traté de explicarle que habíamos tenido un contratiempo, lo que no me dejó terminar y siguió “Con con contratiempo tuvieron los huevones cu, cu, cu, curadera responde mejor, cuando me vas a pedir la yegua pir. pir, pirpiloca otra vez, ( trasladado al castellano) significa para ir a Iloca, pi, pi, pico de caballo te voy a prestar”. Pocos días después cuando supo el Coito de la yegua hasta su coscacho me tiró. Pero más enojado estaba con su hermano, que siendo un pelotudo viejo no intercediera. Don JÓSE no comprendió nunca que el potro se encaramó ensillado y todo y si yo no me dejo quéir tan rápido también me lo pone a mí.

UN ADULTO CON ALMA DE NIÑO.....EL TIO ROMAN

El personaje que de hoy se llamaba Román Hernández, hijo de Don Nicodemo Hernández y Eloisa Rey, por ende, hermano de nuestro TATA NACHO. Su sacratísima esposa se apodaba Rosa, que para él era su Rosita, y él para ella su Romancito. Sus amigos predilectos fueron don Andrés, Caco, Gastón y Francisco Antonio, en una escala menor.
Un buen día inventaron una excursión de cacería, y el coto escogido fue los potreros que existen camino al río, y por tratarse de un safari para matar aves y animales, fui invitado a participar. Por supuesto, que no me hice de rogar en absoluto y fue así como una temprana mañana nos encontramos caminando rumbo a nuestro destino. Esta caravana estaba integrada por las siguientes personas: Román como jefe de la expedición quien era el único que portaba escopeta, Gastón, don Andrés, Carlos Enrique y yo.
Verdaderamente no recuerdo si participaba también Francisco Antonio pero me parece que no. La delegación salió muy a la madrugada, y muy entusiasmada se dirigió por la línea férrea que une Licantén-Curicó hasta frente el fundo de Chanito Labra, como se le conocía en esos tiempos, (a pesar que nunca tuvo tierra ni en lo zapatos). Esto queda como a dos cuadras más arriba de la casa de Don Aquiles González y la señora Margarita Arancíbia, lugar donde doblando hacia el río nos adentramos de lleno al coto de caza. Abriéndonos en abanico en el potrero nos alineamos con Román al medio porque, como dije anteriormente, era el único que portaba arma de fuego y el resto armado de una piedra o palo a lo mucho. El trayecto hasta el río fue un verdadero fracaso, no salió ni siquiera un Chercán, pero Román no se daba por vencido y seguía adelante con mayor ahínco.
Una vez recorrido todo el potrero, y no viendo nada mas que un Pequén parado arriba de una estaca que nos miraba con gran atención con su tremenda cabeza y ojos fijos, que daban ganas de aforrarle un escopetazo, cosa que se lo insinuamos al jefe a lo que se rehusó terminantemente, por tratarse de un depredador de animales dañinos como Ratones de cola larga, incluidos conejos chicos, insectos que atacan los sembrados etc.....
En resumidas cuentas la cacería era una mierda y fue suspendida dirigiéndonos al río donde nos sentamos en su ribera norte, teniendo por delante la vista del majestuoso río Mataquito. Esperando pacientemente que viniera un bote que nos llevara a la otra orilla donde se reanudaría la caza. En el ínter tanto encontramos un bote pequeño estacionado (seguramente de alguien que fue a Licantén a buscar sus faltas) en el que Román se encaramó y dijo que iba a buscar un bote para que nos pasara. Inmediatamente se delató que no tenía idea de marina, ya que, se sentó al revés, por lo tanto, la quilla quedaba mirando para atrás, situación por lo que la embarcación se pone ingobernable. Viendo en el problema en que se estaba metiendo y que la corriente del río lo estaba arrastrando hacia la otra orilla donde corre el grueso del caudal y es mucho más profundo y peligroso, empezamos a gritarle a viva voz :
· “ Don Román, Don Roma, esta sentado al revés, siéntese para el otro lado”, a lo que el contestaba “al revés voy”, mientras tanto la corriente lo llevaba más y más cerca del peligro.
· Seguimos gritando: ”Román por lo que más quieras rema con la quilla para adelante” y el contestaba “para adelante voy”.
· “Trata de sacar el bote para el medio del río”, a lo que contestaba “para el medio voy”.
Como ustedes se habrán dado cuenta era HERNANDEZ por lo porfiado porque todos son como Gurros….., cuando la cosa se puso peluda de frentón ya que irremediablemente era candidato a quedar sumido debajo de una corrida de Sauces llorones lo que habría sido fatal, empezamos a gritar con todas nuestras fuerzas pidiendo auxilio y sucedió el milagro…… De pronto apareció al otro lado del río un individuo que resultó ser el botero que transportaba gente de un lado para el otro, que al escuchar los gritos se percató del problema que estábamos enfrentando. A gritos llamó a alguien, que estaba muy cerca, porque apareció al instante, y subiéndose al bote remaron briosamente río abajo en pos del cuasi accidentado. Inmediatamente se notó la experiencia de los ciudadanos, ya que en un dos por tres estaban al lado de su objetivo, y el segundo en llegar cogió una soga que colgaba de la quilla y le dijo a su compañero, rema no más para el medio que ya lo agarré. Una vez, alejados del peligro, arreglaron la carga, a Román lo pasaron para el otro bote y uno de los titulares se hizo cargo del casi siniestrado y así regresó nuestro jefe de expedición a nuestro lado. Una vez que estábamos todos juntos, Gastón trató de llamarle suavemente la atención por la imprudencia cometida, a lo que respondió al instante haciéndole honor a su apellido HERNANDEZ (Sinónimo de porfiado) que él tenía todo controlado y que nosotros éramos los alaracos.
Pasando este bochorno y volviendo a la armonía, que era lo que correspondía, nos dispusimos a disgustar las exquisiteces que componía nuestro liviano morral, que con mucho cariño nos preparó Rosita, digo liviano porque ese día era Viernes Santo y por la prohibición de comer carne estaba compuesto por cosas muy diet tales como, huevos duros, una tortilla de verduras, pan amasado de donde la señora Virginia esposa del Chasca, y un pedacito de quesillo y nada más .Como ustedes ven livianito. Después de reposar esta pequeña colación decidimos regresar. El retorno fue efectuado cruzando cercas por los potreros esperando poder cazar algo que se cruzara en el camino, como era el deseo de todos, pero mas de Román, ya que, en un momento que caminábamos en silencio se le escuchó la siguiente exclamación “No lloviera una bandada de liebres” exclamación que hasta el día de hoy tengo dudas de que fue lo que quiso decir nuestro líder, si fue que lloviera (del verbo llover) o si yo viera (del verbo ver). Con cualquiera de las dos interpretaciones nos dejó claro que iba alucinado con disparar, aunque fuera un tiro. La marcha se hizo tediosa por el calor a eso de las dos de la tarde. El apetito que empezaba a florecer por las bajas calorías del almuerzo, mucha sed, etc.etc, dio comienzo a algunas preguntas, (creo que para amenizar la caminata) ¿Qué se comerían en este momento si fuera posible? el primero en contestar fue Don Andrés: “Yo me mandaría un costillar de chancho con papas cocidas con un pedazo de longaniza de donde la CHILA”. El segundo en disparar fue Caco “yo me comería un rico peo de zorro con un buen trozo de longaniza de donde Carlos Papa”, luego siguió Gastón “yo me comería un buen plato de Zanco con bastante longaniza picada, pero esta última tiene que ser Llanquihue porque creo que con esto se me terminaría la terrible sed”. Me tocó a mi, y me decidí por “a mi me gustaría degustar algo muy sencillo, una rica cazuela de Pava con chuchoca y la presa y la papa acompañada con una rica ensalada de chagual”. Como no se oía el pronunciamiento de Román se le incitó a integrarse a la encuesta y respondió de la siguiente manera “yo no me comería ninguna hueá, porque ustedes seguramente por efecto del cansancio están hablando puras chuchá”. Lo que no dejaba de tener un poco de razón.
Cuando por fin llegamos a la calle Lautaro, saliendo por el potrero de Abdón Pavéz y el negocio del Conejo, casi frente a la casa de nuestro jefe de expedición, quién muy amablemente nos invitó a servirnos un vaso de chicha dulce, ya que tenia una garrafa que se la había regalado un compadre de la Placilla, por ende, era producida por nuestro amigo Julián Ruiz De Gamboa, lo cual fue aceptado por una miá. Por supuesto que no nos tomamos una sola copa… sino que varias. Estábamos cómodamente sentados alrededor de la mesa compartiendo, cuando repentinamente se levantó Don Roma, como cariñosamente se le llamaba, y desapareció por la puerta que va al patio. En principio creímos que iba a pegarse una meaita, pero no fue así, porque el tiempo pasaba y la meá se tornaba demasiado larga, cuando repentinamente se escuchó una zalagarda de cacareos de gallinas y del gallo que defendía sus mujeres y de atrás, el grito desgarrador de ROSITA que imploraba gritando “esa no Romancito que es la única que está poniendo “. Todos nos paramos en el acto no sabiendo lo que pasaba y salimos disparados hacia el patio y cuan grande fue nuestra sorpresa al ver a la dueña de casa agarrándose la cabeza a dos manos y nuestro jefe con su brazo izquierdo levantado y de su mano colgando una gallina negra con el cogote cortado, aún aleteando. A esa altura, no había nada que hacer, por lo tanto, al cabo de una hora, el ave de corral estaba reducida a una humeante cazuela que acompañada de una rica ensalada de lechuga, la devoramos en un santiamén (a pesar de ser VIERNES SANTO) junto con la garrafa de chicha completita. Antes de despedirnos, don Roma nos hizo jurar, que este episodio, tenía que quedar entre esas cuatro paredes y no podía salir a ninguna parte, porque si llegaba a oídos de su madre, la señora Eloisa, iba a ser vapuleado y posiblemente desheredado, juramento que se cumplió al pie de la letra. Antes de terminar quiero pedir algo muy personal a todas las personas que lean este cuento: rezar un padre nuestro y un ave maría en homenaje y memoria de nuestro personaje de hoy “ROMAN HERNANDEZ REY”, sin duda alguna, un gran hombre.

Saturday, November 19, 2005

EL NIÑO REBELDE LLAMADO CARLOS


Carlos, es un niño especial que forma parte de una gran familia, que vivían en un pueblito costero al poniente de la ciudad de Curicó. Su apellido, si mal no recuerdo es Toledo, el cual era el último heredero hombre de esta familia. Después de él, nació una dama que es hija póstuma. Ustedes se preguntaran el porqué el cuento se refiera a Carlos o “caco” como lo nombraremos de aquí en adelante.
Fue un niño bastante especial y sus padres tuvieron un exclusivo cuidado en su enseñanza, era un tanto porfiado, desobediente, cochino, y muy llevado de sus ideas, los viejos lo tenían cortito pero el hombre siempre encontraba un método para burlar momentáneamente esa férrea marcación al hombre. Por otro lado, era un tanto antisocial, ya que no compartía con ninguno de sus hermanos, a veces muy ocasionalmente con “Pancho” Francisco, sus entretenciones eran pocas, pero las practicaba intensamente como las que les narraré más adelante. Visitador diario del estero de Licantén, que corre lentamente por el fondo del patio, donde tenía una flota de camiones de todas las marcas de tarros de jurel tipo salmón, sardinas, chorritos y varios otros, etc., etc., a los que poniéndoles un cáñamo adelante en un hoyo que había hecho con un clavo, y listo.
Se dedicaba al transporte de áridos que extraía del centro del estero, el camino empezaba en la cerca de deslinde con la propiedad del finado Cofin y era transportado al límite de la propiedad del otro lado. Esta ruta fue hecha por “culito”, como también se le llamaba por su protuberante culo a su corta edad, eso si, ayudado sustancialmente por el tipo de mameluco que utilizaba, el cual contaba con dos botones abrochados entre medio de las piernas, y desde la pechera nacían dos tirantes que se cruzaban en la espalda donde se entrelazaban con los ojales. La confección no era Tomy Hilfiger o Náutica como se podía suponer, era Made by Uncle Eudosia, si señores, oyeron bien, Eudosia la misma sastre de manuelito chico quién recogía las donaciones de dinero en la iglesia los Domingos. En si, el overol era un poquito ancho, pero para nuestro personaje de hoy era excelente, por que antes de ir castigado al cuarto oscuro lo usaba como almacenador del fruto que tanto le gustaba y que abundaba en los terrenos de nuestra casa, en efecto, me refiero al famoso Frutito de oro.
Como anteriormente les comentaba, el camino hecho por “manuelito chancho” corría serpenteando la ribera sur del estero, lleno de curvas con subidas muy peligrosas y para más remate llena de grandes precipicios que “culito” tenía que sortear en cada viaje, ya que, él era el único conductor que tenía su empresa,. Imagínense ustedes como sería su aseo y presentación personal cuando en la tarde, una vez terminada su actividad laboral, se presentaba en casa. Solo se puede resumir que estaba como un mono, cochino, manchado, y lleno de tierra con barro. Bueno, ¿cuando ustedes han visto un dueño, mecánico, y chofer que sea limpio? . Es por esto, que se ganó el apodo de “manuelito chancho”, que no era otro que un viejo de lo más cochino que haya existido, el que también se asemejaba a galopito en esos tiempos.
Otra actividad era la extracción del famoso camarón de barro, directamente del vivero de la laguna que existe hasta la fecha al otro lado de la línea férrea, frente a nuestra casa. Esa actividad escogida era bastante sucia, ya que se trabajaba con barro hasta las rodillas, por lo que la piel de las patitas se le cuarteaba un tanto, que cuando la Tía Eudosia en la noche se las lavaba reclamaba y gritaba como barraco por el dolor que le producía con el contacto con el jabón.
Esa labor de la captura del camarón duraba aproximadamente una hora, tiempo suficiente para llenar el tarro con estas exquisitas menudencias culinarias. Una vez terminada esta tarea, emprendía el regreso a casa para iniciar la fase de preparación del alimento, la cual comenzaba con una exhaustivo lavado de las especies, y que en forma posterior eran puestos sobre la plancha de la cocina a leña casi al rojo vivo, por supuesto, los camarones apretaban cueva para todos lados, pero Carlos, con una habilidad innata, con un palito confeccionado especialmente para esta faena los desplazaba en forma magistral hacia el centro de la cocina. Una vez terminada esta operación, con los camarones rojos producto de su cocción los volteaba nuevamente en el tarro, provisto de una afilada piedra, tomaba colocación bajo el frondoso parrón a degustar el suculento manjar, al que por supuesto, no hacía partícipe a nadie. Una vez cerrado el ciclo, su aseo y presentación, nuevamente dejaba mucho que desear, es por eso, que en beneficio de su salud e higiene, nuestra Reina madre se lo prohibía insistentemente. Pero Carlos era rebelde y porfiado, y no acataba esta orden, lo que como resultado final siempre concluía en unas cortas vacaciones en el cuarto oscuro. Muy a menudo este tipo de castigo, lo pillaban de sorpresa y no alcanzaba a juntar los pertrechos necesarios de frutos de oro, que cuando le daba ese apetito incontrolable en el encierro, comenzaba a clamar a gritos a Pancho, su salvador. Lo llamaba insistentemente hasta ser oído de la siguiente manera : “PANCHOOOOO…….PANCHOOOOO CONTESTAA.. PO’H GUEON”. Cuando Francisco Antonio lograba escucharlo, con prontitud caminaba hasta la puerta del calabozo, y le contestaba “ ¡ QUE QUERIII GUEON.! a lo que posteriormente “manuelito chancho” le decía : “ TRAEME UNOS POQUITOS FRUTOS DE ORO, QUE YA ME CAGO DE HAMBRE”. Ante tan clemente llamado, pancho lo complacía trayéndole tan suculento fruto.
En otra oportunidad, se mandó una cagada que no recuerdo cual fue, pero por las consecuencias que ella podría traer, determinó irse de su casa. Posteriormente cuando fue buscado por nuestros viejos y no siendo encontrado en los alrededores, me tocó junto a mi hermano nancho la policial tarea de buscarlo y traerlo en presencia de sus padres. Como dos perros sabuesos, salimos en busca del fugado, lo que finalmente resultó bastante más sencillo de lo esperado, ya que, conociendo sus frecuentes paraderos, y en el momento que caminábamos, nancho vio en forma destellante pasar a “culito” en una boca calle, el que al percatarse de sus perseguidores apretó cachete directo hacia el cerro, el mameluquito le flameaba insistentemente por su veloz huida, la que finalmente no fue suficiente para poder perder a sus captores, los que con su mejor estado físico y más estilizada silueta que él, finalmente fue capturado. Posteriormente, y con dos guardianes, uno a cada lado, fue conducido a casa como un preso para ser sancionado por sus padres a otras vacaciones en el cuarto oscuro, pero en esta oportunidad un poco mas largas.
Cuando este insigne personaje, recibió el llamado del señor y efectuó su primera comunión, su hermano Hernán fue comisionado para llevarlo a Curicó a sacarse las fotografías pertinentes que inmortalizarían este tan importante momento. Rigurosamente vestido con su terno azul, zapatos negros, calcetín blanco, camisa blanca acompañada de una elegante corbata, culito, acompañado de su hermano se dirigieron a la estación del tren, el que los llevaría a destino. El viaje fue un martirio para el pobre Hernán, ya que cada vez que pasaba don Tomas Morales ( “El PESCA”), con su canasto lleno de bebidas gaseosas ofreciendo al son de “MALTA, BILZ, Y PILSEN……”, a caco le producía una sed enorme, reclamando con ello a que su hermano le comprase algo. Pero Nancho previniendo el caos que se le podía presentar debido a la manutención de su pulcra vestimenta, contestaba firmemente que debía esperar hasta el viaje de regreso. Una Vez llegados a Curicó, se dirigieron directamente al estudio fotográfico a plasmar este momento sin mayores observaciones. Pero ya de regreso, la historia fue distinta, “culito” en un momento de descuido se perdió entre la muchedumbre, encontrándolo posteriormente bajo un camión, lleno de tierra y grasa producto de esta incursión. Hernán, tomándolo enérgicamente de la mano, y llamándole la atención prosiguió su camino hacia la estación, pero desgraciadamente, el corazón blando de nuestro hermano mayor, le pasaría la cuenta al comprarle un colorido helado al recién fotografiado. Para que les cuento más ¡Quedó la Cagada!, la camisa manchada hasta el más recóndito rincón, rematando esta situación con la compra de una bebida en el tren de regreso a Licantén.
Al hacer el ingreso a nuestra casa, la señora Australia lanzó un grito espeluznante al ver a su hijo menor en esas condiciones de inmundicia, pero Hernán de manera magistral la calmó al confirmar que hasta el momento de la fotografía, su presentación fue la que ella en forma esmerada logró producir.
A medida que fue pasando el tiempo, manuelito fue creciendo y madurando, por lo tanto, cambiando sus aficiones, así fue como abrazó el camino de de la religión evangélica, que ayudado por la hermana Hilda o “cayenta” como usted la quiera nombrar( la empleada del momento) participaban activamente en este conglomerado, desfilaban por calle Lautaro interpretando himnos aludidos al Señor, tales como el siguiente “cuando sesen los conflictos de la vida terrenal y dejemos este mundo de aflicción, cara cara pecho al frente por Jesús nuestro señor en la nueva Jerusalén, cantaremos al señor en la nueva Jerusalén” etc. etc .Pasaban frente a la casa por la calle y llegaban hasta frente la mansión de don lucho Hernández, donde justo al frente se encontraba la cede de los Hermanos. Una vez introducidos al interior el hermano “caco” y hermana “cayenta” se les vio arrodillados con la frente tocando el piso y vociferando las palabras “gloria a Dios, gloria a Dios, aleluya hermana aleluya”, o sea, totalmente poseídos por el espíritu santo. Por estar este lugar de encuentro al lado de la casa de la Coty Días parece que fue donde empezó a forjarse el romance de Carlos con esta dama, que con el tiempo prosperó, y así fue como nació el primer pololeo del niño rebelde ,que para todos fue una gran sorpresa, ya que nunca antes se le había visto interesado, ni siquiera hablar de mujeres que rondaran en su mente. Quiero dejar constancia que no fue un hombre muy aficionado al pololeo y es así como se le conoce uno solo más y es con Zoila Medina, su gran amor hasta el DIA de hoy. Como olvidar ese paseo a Santo Domingo donde nos bañábamos placidamente en el Pacífico y a caquito le estaba llegando el agua a la altura de la rodilla, Zoila haciendo bocina con sus dos manos y muy asustada gritaba, “Carlos. No te introduzcas más en el océano que te puedes ahogar” Ese es puro amor.
En el colegio le iba más o menos, yo diría más mal que bien y para desgracia cuando vivíamos en Santiago encontró un amigo del alma que lo condujo por el camino equivocado llamado por su apodo el “guatón Catalán”, fue así como se gestaron las primera zimarras ,pero una vez descubiertas fueron cortadas de raíz por el Tata Nacho y Catalán desapareció del mapa.
Algún tiempo después, cuando andaba con Ignacio en la feria de San Ramón, lo encontramos con canasto en mano vendiendo frutito del roble, o sea, quireñes.
Estando conciente que el cuento se alargó mucho, no puedo dejar pasar el único triunfo deportivo que obtuvo nuestra estrella “caco” después de una tarde de esparcimiento en un lugar muy pintoresco que había en el camino a Vichuquén, frente a la calle de ZDM ( Zorra de maleta) en el camino a mano derecha subiendo se ubicaba un cerrillo muy simpático, desde ese lugar, se dominaba todo el lugar de la laguna donde Carlos tenía ubicado el criadero de camarones. Organizamos una competencia de volantines, nuestro hermano no ganó ninguna, pero feliz mente pensando en las fortalezas de nuestro candidato tiramos la última con un premio de dos volantines y consistió en traer dos camarones a presencia de nosotros y, por ende, sería el ganador. Alineados dimos la voz de partida, “culito” partió botadito pero fue sobrepasado rápidamente por todos los competidores, pero igual meneaba sus patitas y le flameaba el mameluco producto del viento por la velocidad que imprimía ,cuando pisaban los punteros la parte barrosa de la laguna y con nuestro candidato bastante retrazado, repentinamente el hombre se arrodilló y empezó a mover sus grandes y gruesos puños y como lo vimos agacharse lo vimos parase y corriendo cabecita gacha emprendió el regreso, los gritos de aliento se escuchaban en todas partes y fue así como obtuvo el gran triunfo deportivo que fue merecedor a dos hermosos volantines. Volviendo al tema en que estábamos enfrascado anteriormente, lo que yo no puedo comprender como puede cambiar tanto una persona, aunque sigue reacio a la ducha, pero es lo de menos ya que esta convertido en un perfecto caballero, excelente marido y un mejor padre de familia, responsable a carta cabal. Lo único criticable es que es demasiado obediente con su señora, yo diría un poquito calzonudo, pero es lo de menos, total en esta familia abundan. No se le conocieron durante su soltería actos ilícitos ni lícitos, es por esto, que yo meto las manos al fuego sin miedo a quemarme que su primera experiencia amorosa con coito incluido fue con su sacratísima esposa Ofertita, o sea, se lo pillo CATRUTRITO. Su corta estadía en Putemún lo ha llevado a ser elegido gracias a su enorme merito presidente de la Junta de vecinos y jefe de aseo y jardines.( corta rigurosamente el pasto)

LA PERDIDA DE LA IDENTIDAD



Hace más de 50 años, sucedía en Licantén, y a pesar, que es con el título de cuento, es totalmente verídico. En esta oportunidad nos referiremos a un personaje que todo el mundo lo conocía con el nombre de CU-CU .Cuita, (era tartamudo) apodo que lo mantuvo hasta la muerte sin saber casi toda la gente de donde provenía. Yo se los contaré mediante esta narración. A este susodicho todo el mundo lo conocía con el nombre del “NEGRO”, cuando muy joven entró a trabajar a Correos de Chile, siendo jefe don Alfredo Figueroa. El puesto a desempeñar fue el de mensajero, persona encargada de repartir las cartas certificadas, telegramas y encomiendas. En cierta oportunidad, siendo la hora del cierre de la jornada matinal, don Alfredo llamó al negro y le entregó una encomienda procedente de Chillán y su destino era el Paraguay, localidad ubicada al otro lado del Río, para lo cual tenía que dar la vuelta al puente de los escalones y volver a la altura de Licantén por el otro lado del río, como ustedes pueden ver quedaba bastante retiradito, pero el Negro diciendo entre si “donde manda capitán no manda marinero” pescó la encomienda y se las emplumó rumbo a su destino. Cuando iba a la altura de Villa Hermosa (lugar en donde vivía la Abuelita Laura) el Negro empezó a sentir un agudo apetito y una inmensa sed, pero no teniendo solución agachó la cabeza y siguió caminando.
Cuando pasaba frente a la casa de Inés Madrid, el olor a comida, ya que era hora de almuerzo, (una y media de la tarde), más el perfume que emanaba de la encomienda debido al calor a esa hora de la tarde, la pitón ya se arrancaba del estómago. A la altura de las canteras o paso malo, poco antes de llegar al puente junto a la vertiente que se desliza entre las piedras laja, llevando agua fresca y cristalina procedente del cerro, el Negro se mandó un trago largo que fue muy refrescante, pero una fuerza mayor, lo indujo a cometer el delito que rondaba en su mente, ya que su olor era tan penetrante que lo tenía trastornado, sentado sobre una piedra, al lado del pequeño caudal y poniendo la encomienda sobre sus rodillas, con el mayor cuidado que pudo, lentamente abrió el paquete. Lo primero que observó fue un bulto que contenía más o menos un kilo de Longanizas procedente de Chillán. El Negro la miró y echando mano al cinto sacó su cortaplumas y cortó un pedacito, parece que la encontró la raja, porque de pedacito en pedacito no se dio ni cuenta cuando se lo había comido todo.
Habiendo saciado su terrible apetito, acomodó la encomienda lo mejor que pudo que quedó igual que cuando se la entregaron en el correo y con ella entre sus manos prosiguió la marcha rumbo a su destino.
Habiendo cumplido su objetivo entregando el encargo, emprendió raudamente el regreso a Licantén e integrarse a sus funciones en el horario de tarde.
Pasó el tiempo, más o menos un mes, sin que sucediera nada extraño, pero un buen día aparecieron en la oficina dos personas que solicitaron hablar con el jefe, el Negro los reconoció en el acto y se puso muy cachudo, los individuos entraron a la oficina de don Alfredo y se presentaron como los dueños de la famosa encomienda que llegó incompleta sin las apetitosas longanizas y le presentaron por escrito el reclamo formal. Don Alfredo Figueroa dio curso a este escrito por el conducto regular, habiendo conversado previamente con el Negro, el que se fue de una férrea negativa.
Pasaron algunos días y de pronto le llegó una notificación y citación al juzgado, lo cual lo puso muy nervioso, no era para menos, eso indicaba que le estaban cargando de frentón los dados por la desaparición del artículo perecible. El día señalado por la citación, a las 9AM, se presentaba el Malhechor ante el tribunal, presidido por don Augusto Satelices. Pasado un rato fue llamado para tomarle declaración y fue sentado frente al Juez. Después de un corto interrogatorio el negro se abrió totalmente de piernas y se fue con todo el carrete y confesó con lujo y detalle todo su delito. Entre las preguntas que efectuó el magistrado señaló la siguiente: ¿Cuanto tiempo demoraste en el lugar de paso malo en consumar el delito y encender el fuego para asar las Longanizas? ya que según él se necesita bastante tiempo, a lo que el Negro mucho más tranquilo contestó que el no había prendido fuego. ¿Y como te las comiste entonces? preguntó el Juez, a lo que el Negro respondió: CU-CU-CUTAS ME LAS COMI (El pobre hombre era tartamudo) lo cual al magistrado la causó mucha gracia y dio por terminado el interrogatorio. Y a eso, se debe su apodo que lo acompañó hasta el día de su muerte.
Este cuento está dedicado a recordar a CU-CU-Cuita un personaje que nació, vivió y murió en Licantén.