Cuando aún era muy pequeño, fui a pasar mis vacaciones de verano a Lipimavida, lugar que todos conocemos, aunque sea de nombre, por ser tierra de la familia Bravo Kawles, compuesta de nueve hermanos, seis hombres y tres mujeres.
En ese tiempo eran todos muy jóvenes, excepto uno que era casado llamado Gregorio, o Goyo, como se le nombraba habitualmente.
Cierta vez, Gregorio tuvo que cumplir una obligación familiar, por ser el mayor, y asistir a un funeral al pueblo de Vichuquén, lo que hizo acompañado de su hermana, la mayor de las mujeres llamada Eliana ( Nana). El viaje era relativamente corto y se efectuaba más o menos en dos horas, a caballo por su puesto. El oficio religioso fue dirigido por el reverendo padre Ramiro, o cura chico, quien también concurrió al cementerio. Se preguntarán: ¿quién es el cura chico?......es el mismo que acompañaba el cortejo por la calle de Vichuquén de don CALLA esposo de la señora MATILDE, gritando A VIVA VOZ el siguiente responso ”Un riquitimpache que pase don Calla adelante y la señora Matilde de Atráaaas” .
Una vez terminada la ceremonia de misa, con entierro incluido, se juntaron las personas que venían de los alrededores con la idea de almorzar juntos en alguna pensión a buscar, y así lo hicieron. Las mujeres se acabronaron y se sentaron todas juntas, y los hombres lo hicieron por otro lado. Se formó una tomatera que terminó con varios parroquianos más doblados que churros, y por supuesto, entre ellos nuestro querido pariente Gregorio.
Cuando iban a emprender la retirada para volver a casa, llegaron los carabineros u pacos, que al ver el desorden que tenían producto de los grados de alcohol demás que tenían en el cuerpo, con el que regaron el almuerzo, empezaron a llamarles la atención no con muy buenos modales, a lo que nuestro personaje reaccionó muy pacíficamente y con esa voz ronca que tenía, producto de una afección a las cuerdas bucales, les hizo ver que no tenían derecho a tratarlos de esa forma. Pero esa ronquera le jugó una mala pasada, el Paco la interpretó mal y reaccionó diciendo “Así que fuera de desordenados, curados, aniñados, más encima te venís a botar a RONCO”…..; y acercándose le propinó dos culatazos con el fusil los que al pobre Goyo le hicieron escupir tachuelas. Se dan cuenta queridos feligreses que hasta por los defectos físicos lo castigan…… no hay derecho.
Una vez superado el incidente, partieron de regreso los Lipimavínos por un lado y los Ilocanos y los de las Puertas por otro. Así terminó sumamente adolorido nuestro personaje que después de reflexionar aplicó el siguiente dicho. “Mejor es callar, Dios manda en el cielo, el Diablo en el infierno y los pacos en la tierra”.
A continuación me referiré a otro de los hermanos de esta familia y muy específicamente a José Bravo Kawles, que cariñosamente lo llamábamos Don Jóse. Este don Jóse, era una persona de muy buen corazón, pero casca rabia como el solo, por lo que todos lo hueviavamos más de la cuenta, y para más recacha era medio tartamudo y cuando hablaba enojado más se le notaba.
Un buen día, Lalo, otro de los hermanos de esta honorable familia, quien era el que hacia el papel de dueño de casa, me invitó a pasear a Iloca el día Sábado, lógicamente que a caballo, a lo que respondí en el acto: “Claro, tu no tienes problema, porque con ese lindo potro alazán del que te tienen envidia todos lo que lo conocen vas a cualquier parte, pero yo que no tengo ni uno de palo me tendría que ir a patita a la siga tuya y tus amigos” . La respuesta la tuvo en la punta de la lengua: “Pídele la yegua a don Jóse, estoy seguro que te la presta de muy buena voluntad. A lo que como niño bien mandado hice caso inmediatamente, y enfrenté a este viejo cascarrabias de la siguiente manera: “¿ Don Jóse, usted me prestaría la colihuínca para ir a Iloca con su hermano Lalo el día Sábado?” Y me respondió, de muy buena manera, “que bueno”, pero que tenía que traerle de regalo una cajetilla de cigarrillo al regreso, y que se la cuidara. Trato hecho le contesté.
El día sábado, tempranito estábamos en pie de guerra para salir, más contento que un perro con pulgas, y fue así, como iniciamos nuestro paseo, acompañados de cuatro individuos más que vivían en el vecindario. El más viejo se llamaba David, alias el macho, Cucho, (el nombre nunca lo supe, pero era hijo de Salcedo, el hombre más adinerado de la zona), Alíro, sin apodo, y uno de los chillos (que eran dos mellizos), hombre que explotaba los recursos marinos extrayendo cochayuyo, pelillo y luche. Lalo y yo. En total, seis.
El viaje fue muy lindo, el camino, (no existía el que ustedes conocen en lo actual) era por la orilla del Océano y muy entretenido. Cuando reventaban las olas un poquito más de lo normal, los caballos quedaban con el agua a la altura de las canillas y si en ese momento los hacías trotar salpicaban el agua salada a todos los que iban adelante, entretención a lo que yo me dedicaba y disfrutaba de lo lindo.
Llegamos a Iloca poco antes del medio día, directamente a una cantina, cuya dueña era la señora Tomaza, a quien le pedieron que nos preparara almuerzo, y empezó el cañoneo, que por estar a orillas del mar parecía combate naval de Iquique.
Cuando como a la una nos llamaron a pasar a la mesa, estos veraneantes dejaban bastante que desear, no se si era efecto del trago o la brisa marina que corre en la costa especialmente a esa hora.
Una vez terminado y habiendo saciado el apetito, me acerqué a Lalo (mi tutor) y le comuniqué que iba a dar una vuelta por el pueblo, y que a que hora tenía que estar de regreso, a lo que me respondió, que alrededor de las siete.
Salí rumbo al centro, y apenas había andado cincuenta metros apareció el primer amigo, era de Lora, se llamaba Carlos Fuentes, que con el tiempo fuimos compañeros de colegio y para más remate de curso y asiento, en el instituto San Martín de Curicó. Para que les digo, la junta con este individuo da para un cuento. Caminamos juntos en la misma dirección y nos encontramos con varios amigos más, casi todos de Licantén, en total nos reunimos como siete. Lo pasamos la raja en compañía de algunas damas, y así no me di ni cuenta cuando me iba llegando la hora de regreso a la cantina. A mi llegada a ese burdel los encontré a todos muy contentos, pero todos curaditos, hablando puras cabezas de pescado. Me acerqué a mi tutor y pregunté. ¿Ha que hora nos vamos? Y me contestó, en un cuarto de hora más, siempre que seamos capaces de subirnos al caballo. Esperé pacientemente hasta que armaron viaje de regreso.
Volvimos con uno más de los que llegamos. Era un ciudadano que yo no conocía y Lalo me sacó de la duda, es un amigo que vivía en tiempos pasados en Lipimavida e iba a dar un vistazo a la parentela que aun conservaba por esos lados. Al poco rato de caminar me pude dar cuenta que el “Macho” David no conversaba muy amigablemente con nuestro nuevo compañero, y fue tanto…. que los escuché hablar de puñetes. Cuando íbamos a altura del cajón, que es una entrada de mar, tanto que actualmente hay un puente en el camino público, (esto está a pocas cuadras de la hostería de Gilberto), cuando en un dos por tres se quedaron atrás, desmontaron, dieron cinco pasos y estaban en la playa en posición de combate. Nadie se metió, y empezó mi alma, el Macho más mañoso y un poco mayor, fue sorprendido con un aletazo en plena oreja que terminó con él en el suelo, pero levantándose inmediatamente y metiendo la mano a la cartera de la chaqueta sacó una botella pisquéra que le quedaba el potito y abalanzándose sobre su contrincante le aforró un botellazo en lo que es cabeza. Para que les cuento. El arma asesina quedo echa mil pedazos, y la cabeza del pobre hombre echa mierda, la sangre corría a borbollones y el pobre individuo se mantenía en pié gracias a su juventud y fortaleza. El macho se fue encima y lo agarró como queriéndolo tomar en brazos para tirarlo al mar, pero cuando el herido sintió agua helada escurrir por su cuerpo, reaccionó, y pescando a David de las patas aplicó dientes mordiéndolo fuertemente en la pierna, lo que debe haberle dolido mucho, porque lo soltó inmediatamente, los dos abrasaditos rodaron por la playa, que tenía como veinte centímetros de agua, forcejeando de lo lindo, hasta que el resto del grupo se compadeció y reaccionó separándolos y se terminó la pelea con los contendores empapados de agua y llenos de sangre por las heridas que produjo el misil. Seguimos caminando rumbo a una pequeñísima posta rural de primeros auxilios donde dejamos al ciudadano desconocido por mi persona.
Reanudamos luego el camino, yo convencido que íbamos directo a casa, pero no fue así señores. Antes de llegar al puente de Pichigudis y al camino que dobla al Oriente para donde Don Pancho Uvilla, a mano derecha existía una casona antigua, cuya propietaria era doña Maria Bravo. (Nada que ver con la familia de Lipimavida) Esta casa la empleaba como restaurante o cantina, y era muy conocida por todos, ya que era pasada obligada, especialmente los fines de semana por los transeúntes de la zona.
Como no tomaban hace más de una hora, llegaron muertos de sed, y empezó el cañoneo sin perdida de tiempo. Menos mal que se acordaron que también había que comer, y mandaron a confeccionar una cazuela con chuchoca, de la cual me mandé dos platos y me fui acostar a una rica cama ofrecida por la señora María. Al tiempo que puse la cabeza en la almohada me dormí como tronco, y no supe de mi alma, hasta la mañana siguiente. Cuando me levanté, todos dormían, menos dos, que decidieron continuar viaje esa misma coche.
Los otros pasaban la curadera acurrucados en cualquier parte, menos Lalo, que se instaló en la cama de la dueña de casa donde pasaron una noche calientita (nada mas). Pronto salí al camino a revisar nuestros animales, y aproveché de darles agua y un poco de pasto seco que encontré en el corredor. En eso empezaron a aparecer los demás comensales, con la caña que no se la podían.
Cuando íbamos a emprender la retirada, me pasó un percance terrible. Ya estaba sentado sobre mi cabalgadura cuando siento que por el anca de Colihuinca aparecieron dos manos de caballo, eran las del potro de lado, que habiéndose soltado las riendas se fue ciego y se montó a caballo de mi cabalgadura. Me tiré abajo como alma que se la lleva el diablo, y no me quedó otra que presenciar un tremendo y largo coito ilícito efectuado por estos dos animales, lo cual me produjo una especie de chock. (Aún era un niño inocente). Al ratito emprendimos el regreso definitivo, llegando a nuestro destino más o menos a medio día.
Estábamos descansando sentados en el amplio corredor que tenía la casa, cuando repentinamente llegó don Jóse, enojado como un Quique, la pera ya le llegaba al suelo (era medio paguacha) y empezó a increparme violentamente, y tartamudeando se largó “ No ,no .no etc. te presté la yegua por el día Sábado y y y la de devuelves hoy largo reculiado” , Traté de explicarle que habíamos tenido un contratiempo, lo que no me dejó terminar y siguió “Con con contratiempo tuvieron los huevones cu, cu, cu, curadera responde mejor, cuando me vas a pedir la yegua pir. pir, pirpiloca otra vez, ( trasladado al castellano) significa para ir a Iloca, pi, pi, pico de caballo te voy a prestar”. Pocos días después cuando supo el Coito de la yegua hasta su coscacho me tiró. Pero más enojado estaba con su hermano, que siendo un pelotudo viejo no intercediera. Don JÓSE no comprendió nunca que el potro se encaramó ensillado y todo y si yo no me dejo quéir tan rápido también me lo pone a mí.