Thursday, November 24, 2005

LA REINA MADRE....2ª PARTE (Los tontos de las boinas blancas)

Como les contaba anteriormente, nuestra familia se trasladó a Licantén, vida que en principio fue normal. Nosotros en la escuela y los viejos trabajando tranquilos sin ningún tipo de sobresalto, tanto es así, que se le compró la casa que tenemos actualmente en esa localidad a don Ángel Sepúlveda Días, dueño por aquellos años del motor que surtía de luz eléctrica al pueblo por espacio de cinco horas diarias.
Por supuesto, como en todo orden de cosas, los sobresaltos no faltan y no todo podía ser tranquilidad. Un buen día, mejor dicho, un mal día, se empezó a gestar la peor desgracia en la vida de nuestra madre (Talita). En realidad fue para todos una muy triste experiencia, pero muy especial para ella. Una mañana nuestro hermano Enrique amaneció con síntomas de una enfermedad muy rara, que posteriormente se diagnosticó ser una fulminante meningitis que a pesar de todos los pasos médicos fue irreversible y terminó con su fallecimiento. Este episodio fue más que terrible. Mi madre no se consolaba con nada, se paseaba con su hijo moribundo en brazos por todo el dormitorio aclamando a todos los santos, pidiendo que salvaran a su niño, mientras lloraba desconsoladamente. Y mucho más que eso, sus gritos creo se escuchaban a una cuadra a la redonda. El tiempo pasaba y pasaba y el niño agonizaba en los brazos de su madre, hasta que la tía Eudosia, desesperaba por el sufrimiento del niño y en una forma muy angelical le suplicó que no lo hiciera sufrir más a esa criatura y que se lo pasara para que pudiera morir en paz, ya que mientras ella lo apretara contra su pecho no iba a morir. La mamá hizo caso y se lo PASÓ. Increíble, a penas lo unió a su cuerpo el niño hizo las últimas convulsiones, agonizó un minuto, y se marchó dentro de los gritos desgarradores de su madre a otra vida, donde espero esté mucho mejor.
Queridos parientes y amigos, en estos momentos me corren las lágrimas recordando este episodio que no me habría gustado hacerlo, pero creo que es conveniente para atestiguar lo que todos sabemos cuando ya somos padres, cuan grande debe ser el dolor de perder un hijo. (Nuestra querida Soledad, ya lo sabe. Ojalá no hubiese pasado.)
Ese mismo día, con el cuerpo del niño en sus brazos, en el auto de don Carlos Galaz, piloteado por Camilo, nos dirigimos a Vichuquén, donde lo esperaba su última morada. Cuando pasábamos por "el bajo de la viuda" (cuyo nombre se debe porque justamente ahí la abuelita Zoila fue botada por su caballo al ser espantado por el vuelo de un pájaro desde un matorral) el auto dio un saltito lo cual produjo en Enriquito un ruidito que procedía del interior de su cuerpo, a lo cual a mi pobre madre se le ocurrió que el niño vivía. Costó un mundo que se convenciera que no era posible, pero al fin recapacitó y pudimos seguir a Vichuquén donde fuimos recibidos por toda la familia. Se vivió escenas de mucho dolor, especialmente la de la Talita abrazada a su madre, la abuelita Laura.
Pasó el tiempo, la pena menguó, aunque esas cosas no se olvidan, pero la vida continúa y así fue la nuestra.
Seguimos creciendo y apenas unos cortos años nos integrábamos el club Deportivo Licantén (Nancho y yo). Si señor, el mismo que "tira caracoles con sus jugadores". Al poco tiempo llegamos a pertenecer al primer equipo y lo fuimos por muchos años, dándole grandes y exitosos campeonatos que aún se recuerdan.
Un buen día, no recuerdo de donde adquirimos con mi hermano Nancho la moda de andar con boinas tejidas a croché de color blanco, las que no nos sacaban ni para ir al baño, menos para dormir. No tengo memoria quien nos dijo que nos veíamos la raja con ellas puestas, pero le creímos a pie juntillas. Y ahí estaban apernadas en nuestras cabezas. Por supuesto que a la mamá ya la teníamos chata con nuestra moda, pero no había caso. Ahí estaban muy bien puestas, hasta que un buen día al regreso a casa después de la tertulia nocturna donde don Lete, nos encontramos con un gran letrero en una cartulina blanca que colgaba de una ventana de la casa y decía "AQUÍ VIVEN LOS TONTOS DE LAS BOINAS BLANCAS", lo cual fue suficiente para no colocarlas nunca más. Por supuesto que fueron nuestros queridos tatitas los de la broma, que por lo demás, fue muy efectiva.
En esos tiempos, mi madre era una mujer muy activa que hasta en política se metía. Era partidaria del Partido Radical, y en el tiempo de elecciones salía de noche con otras damas de la misma corriente a visitar sus amistades para pedirles el voto para los candidatos inamovibles que recuerdo era senador Ulises Correa Labra , y el diputado Raúl Juliet Gómez, personas que estuvieron más de una vez en nuestra casa. Para que vea la nueva generación lo movida que era la abuela.
El 16 de Septiembre de 1948 nos azotó la segunda gran desgracia. El fallecimiento del papá, producto de un infarto extenso que no dejó ninguna posibilidad de salvación. Quizás, con la tecnología de hoy, creo que habría podido vivir mucho más, ya que su enfermedad era bastante visible. Recuerdo, por ejemplo, que cuando acompañaba a mi madre a colocar inyecciones al pueblo, tenía que descansar en todas las esquinas, ¿se imaginan ustedes como estarían esas coronarias y ese colesterol?, pero en ese tiempo no se sabía nada de colesterol. Murió alrededor de la media noche al lado de su mujer, inyectándolo por todas partes, pero ya era inútil. El destino estaba echado. A un lado de su cama estaba Nancho con una mano tomada (era su hijo regalón) al otro lado estaba yo con su otra mano y cuando empezó a convulsionar al momento de morir clavó su mirada en mi como diciéndome "pórtate bien y no hagas sufrir a tu madre". Seguramente por ser el más desordenado, pero buen muchacho al fin. Traté de hacerlo lo mejor posible. El funeral fue apoteósico. Concurrió gente de todos los pueblos vecinos. En mi vida había visto un funeral con tal cantidad de gente, lo que demostró lo querido que era por todo el mundo.
Lógicamente mi madre se lo sufrió todo, pero nada comparable con lo de su hijo.
Inmediatamente de haber pasado este remezón, mi madre recibió ofrecimiento de ayuda de toda la gente importante de Licantén, incluso de autoridades, y el único que cumplió fue nuestro odiado y maricón amigo Pepe Hormazábal (Pichinga) que le consiguió en la Municipalidad un pitutito que no demandaba mucho trabajo y ayudaba a empujar el tremendo carro que la vieja tenía por delante. Pero no crean que ella tiró el poto para las moras, no señor, todo lo contrario, viendo su tremenda responsabilidad que ahora tenía que enfrentar solita, trabajo con un ahínco envidiable.
Nunca la oí quejarse en las innumerables veces que la fueron a buscar a altas horas de la madrugada, invierno o verano, con frío o lluvia, seco o con barro que le llegaba hasta la canilla, a patita o a caballo etc.etc. Igualmente partía pensando solamente que era platita que le entraban a sus arcas para satisfacer las necesidades que le demandaban los seis animalitos que tenía que alimentar. Atendía de una simple curación hasta una pequeña operación, ya que el doctor Raúl Vera Solano iba en los casos más complejos y después que los atendiera la señora Talita, que con una dedicación envidiable lo hacía. Con razón Cesar Cuevas Carajo la llamaba la doctora Kawles, nombre que muy bien le quedaba, ya que era la mujer mentolato para toda la gente del pueblo. Me gustaría saber cuanta gente del pueblo trafica en este momento por las calles de Licantén que fueron sacadas del vientre de su madre por la señora Talita. Creo que son muchas. Es por eso, que la recuerdan con mucho cariño hasta el día de hoy. ¿Se imaginan ustedes lo sacrificada que fue la vida de esta viejita que vemos sentada, de poco hablar, y sin ninguna actividad en su casa? Gracias a Dios, no puede estar mejor atendida.
Pero que es terrible la vejez, por lo menos yo le tengo miedo como diablo y pensar que paulatinamente todos marchamos metidos en el mismo desfile que irremediablemente nos conduce para allá.
En el tiempo que murió el tata Pelluco, Nancho ya estaba en la escuela normal de Curicó, y al año siguiente le tocaba salir al pastel que escribe, o sea, más gastos y el difícil problema de hacer el papel de madre y padre. Con los angelitos que tenía mi pobre vieja, no se como salió adelante, pero salió, con algunas bonanzas que estaban por aparecer y ese enviado de Dios fue nuestro querido y bien ponderado Tata Nacho al que siempre recordamos con mucho amor.
Este famoso personaje llegó haciéndose el huevoncito y empezó atacando las ramas para después atacar el tronco, pero esto es tema de otro cuento que ira más adelante, ya que es otro marido y otro padre.
Esto da para mucho más, pero escribo los hechos que mejor recuerdo y más importantes a mi parecer. Son vivencias que tengo grabadas en mi cabeza, y que no se pueden olvidar jamás.
Este cuento está especialmente dedicado a mi sobrina Carolina, ya que ella me pidió que escribiera algo del pasado de la Abuelita, fue poco, pero algo es algo, y lo principal es que lo hago con mucho gusto y un mayor cariño.
No fue fácil, recordar las peripecias que pasó nuestra vieja, ya que los cocodrilos que rodaron por mis mejillas fueron muchos señores, aunque no lo crean.

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