UN GESTO DIGNO DE IMITAR
En tiempos pasados, la séptima región de nuestro país sufrió una gran desgracia. Un cataclismo azotó violentamente a esa región y el epicentro fue nuestro querido y sufrido pueblo de Licantén, el que casi desapareció, pero gracias al empuje y coraje con que enfrentaron nuestros antepasados el problema, mas una ayudadita política del Partido Radical ( partido que existía en esos tiempo, y que de verdad protegía a nuestra clase media y por lo que la mayoría marchaba en esa línea ), sacaron adelante el pueblo, pero así y todo quedó enfermo, alicaído, y la gente no se conformaba de haber perdido todo y con tantas obligaciones por delante tener que cumplir.
Así lo conocimos nosotros. Los malos momentos pasaban muy lentamente y poco a poco la gente se estaba integrando a la vida normal con un poco más de optimismo. En ese entonces, empezaron a aparecer las familias que la mayoría de nosotros conoce o ha oído hablar de ellas, como los Toledo, Hernández, Díaz, Satelices, Olguín, Gil, Espina, Puente Cortado Etc. Etc.
Un buen día, un grupo de bien lanzó la idea de organizar un baile en el local de la escuela del pueblo para reunir fondos para darles almuerzo a los niños que vivían lejos y no tenían el tiempo suficiente para ir a sus casas. Resultó mejor de lo que se esperaba, ya que toda la comunidad se puso la camiseta y concurrió, aunque fuera por cooperar. Este evento lógicamente fue organizado y atendido por la gente adulta mas representativa del pueblo, especialmente empleados públicos que en esos tiempos eran muy bien mirados como autoridad, ya que casi todos tenían educación, la cual, les falta mucho a los actuales.
Gracias al éxito obtenido, tiempo después la juventud se organizó y llevó a efecto, propuesto por nuestra familia, un pequeño malón en la sede del club Social, atendido por su propia concesionaria la señora MORAIMA, con el mismo fin de reunir fondos para ayudar en lo que fuera necesario. En ese mismo lugar floreció la brillante idea de organizar e invitar a todas estas personas deprimidas y amargadas, por su situación tan incierta, a un paseo a Iloca por el día, y ser atendidos por nosotros mismo para hacerlos olvidar, aunque fuera por un rato su inmensa pena. La idea fue conversada con algunas personas clave y le echamos pa’ elante no más. El principal protagonista de nuestra expedición, fue el dueño de la movilización colectiva, don Gilberto Diaz Latorre, casi papi y suegro a la vez de nuestra familia, quién no tuvo ningún inconveniente en facilitar la máquina de color verde que cubría el recorrido Licantén – Curepto. Estaba todo muy bien organizado, tanto en la parte económica como operativa. Las personas de la familia que tenían que cooperar en atención a nuestras valientes vieja, éramos hasta Caco. Los demás estaban muy pendejos. Nuestro lema era “que nada les falte y no permitirles recordar ni un instante por ese día el difícil momento que estaban viviendo”, estábamos a martes y el día acordado para que partiera la máquina verde del amor, fue el Sábado de la misma semana.
El día señalado, siendo las 8.a.m., frente a la plaza, Gilberto Diaz, (esto queda al lado arriba de la casa de concha de lata) ”partió la máquina verde del amor con su propio dueño al volante. Como secretario y acomodador, Arnoldo Coronta, esposo de la señora Pura Cueva hija de la señora Lucila Cueva Rojas, a quién más de alguna vez ustedes han oído mencionar.
El primero en hacer una donación para atender a nuestros invitados, fue Cuero Seco, y consistía en un canasto muy limpiecito en cuyo interior había puro filete y lomo de un perro muy bien adobadito (su especialidad) que le había donado el jefe de estación el señor Vallejos. Nos detuvo frente al pino de la casa de su padre don Aníbal Peredo, el mismo que ataja las yeguas a peo. Seguimos viaje y en la boca calle del negocio de don Conejo, nos esperaba otra donación. Era la señora Chila, que con un canasto colgando al brazo aportó una cachada de prietas recién echas y una bolsa de pan amasado. Avanzamos por la calle Lautaro hasta la esquina de don Ciro, donde nos esperaba la primera pasajera, la señora Dominga o doña Dominga. Si señores, la abuela de nuestra conocida Magdalena, quién sacó debajo del refajo un tuto de pavo, que según ella se lo había robado recién en la Residencial Fajardo y de pasadita se había pegado una buena miada con cagá incluida, en el jardín de don Carlos Galaz. En la siguiente esquina nos esperaba la señora Virginia (esposa de don Chasca) con un tremendo canasto de pan amasado para acompañar el almuerzo. Ahí doblamos derecho a la plaza donde nos esperaba el grueso de nuestros invitados. En primer lugar la señora Gertrudis, elegantemente vestida de ropón negro y de una hermosa chupalla de ala ancha, que le cubría toda la cabeza incluyendo la cara y el tremendo tomate que le adornaba la nuca. Se encontraba sentada en un banco debajo del sauce con una inmensa torta de mil hojas y, por seguridad, su brazo descansaba sobre ella, por miedo que nuestro querido amigo Pache, se la robara, ya que ya lo había echo una vez, y ayudada por el Coronta subió a la micro.
El próximo pasajero fue el gran maestro “Chico Pintor” que a esa hora, como era su costumbre, ya se encontraba todo meado y cocido y su pobre mameluco lucia un tremendo patacón alrededor de su fuerte pene y lo primero que hizo fue su ruido característico O..JO:JO:JO:JO.
Coronta lo sentó al lado de doña Dominga para que echaran a pelear sus olores. Detrás de ellos arribó doña Sara Paila, no menos loca que de costumbre y la primera roseada que nos mandó fue “que están haciendo aquí viejos culiaos en vez de estar acostaditos en sus casas haciendo cacha”. Eso fue para entrar en confianza. Luego le tocó subir a la orquesta, dirigida por el
Maestro Pato Yévenes, junto a César Díaz o Reyes, Mario de la Escuela, “manchadito” y Pedro Juan quienes al compás “De los potreros están sin ganado”, se introdujeron al bus. Detrás venía la orquesta sorpresa encabezada por Carde milito (colega de nuestra reina madre) acompañado por tres gitanos con sus respectivos instrumentos y dos pailas de cobre para sus respectivas rifa. Esta rifa, por supuesto, era para su propio beneficio. De repente apareció muy apurado y agitado nuestro amigo Julián Ruiz de Gamboa quién portaba dos chuicos de chicha donados para LA Caravana. El único que quedó abajo sin hacer ningún aporte fue Pichinga, que se paseaba tranquilamente comiéndose un rico y suculento sanbuchito de callos acompañado de uñas recién cortadas.
Tomando nuevamente nuestro rumbo seguimos el viaje enfilando por la calle Lautaro donde fuimos parados por don Custodio Díaz, que en paz descanse, y que muy cagadamente donó una cajita con nísperos, fallecido pero de todas manera muy cagado .Después de las bromas y rizas por la pobre donación rumbeamos nuevamente camino a la costa nos volvimos a detenernos frente a la botillería de Luchín Calquín, quien en nombre de su familia hacia una donación de 5 javas de bebidas para calmar la sed y a lo que doña
Dominga dijo “¿no podría agregar a nombre de la familia una garrafita de Tinto?”.
Seguimos el viaje, y al ver a alguien que aleteaba como gallo enajenado nos detuvimos. Era Cesar Cuevas Carajo, el hombre que fabrica billetes, son palabras de él, no mías. Fue así como subió al bus y reanudamos el viaje. Al primero que vio arriba fue a Francisco Antonio y exclamó casi gritando, “Señor Toledo. que tremendo gusto de verlo y felicitarlo por lo linda que es su hijita, se veían muy bien caminando abrazados por la calle Lautaro”. “Y como está la doctora Kawles?”, “hoy día no mas le puso una inyección al Rulo (su hijo), también ayer me encontré con la señora Laurita, su Abuelita, iba caminado rumbo a su casa cargadita la pobre viejita, y ese guatón Eusebio que tiene en su casa y que pasa calentándose las patas al sol y tirándose las huevas, ni capaz de ayudar a la ancianita cargada como GURRA por medio de las piedras y a la hora de mas calor.” “pobrecita la viejita”.
Mientras tanto, la máquina seguía avanzando y paramos donde la Martita Véliz, quien nos esperaba con una canastada de peras yeguas. ¿Se acuerdan del árbol que hay al lado izquierdo de la calle al frente de la casa de ella?.... De allí nos fuimos en forma expresa hasta donde el padrino de mi compadre Francisco Antonio, don Humberto Jofré, quien nos esperaba en medio de la calle. Al detenernos lo primero que preguntó fue si iba su ahijado Panchito, a lo que le contestó el mismo,” Aquí estoy vivito y colendo padrino, y después de abrazarlo fuertemente hizo entrega de dos cabros, y si quería le prestaba el rocillo para pasear a caballo a las viejas, pero Pancho, por razones obvias, solamente aceptó los caprinos. Después, rumbo a la playa se ha dicho. Pero no nos imaginamos nunca que nos quedaba una última parada, y fue en Lora. En la berma del camino esperaba pacientemente nuestro conocido amigo y compadre de mi madre, Nano Guerra, quien portaba entre sus manos un paquete que contenía cinco pollíferos escabechados y subió a integrarse al crucero del amor.
Al fin emprendimos la marcha final con destino a la playa de Iloca. Nos instalamos en la desembocadura del río en el mar, o sea, teníamos las dos cosas, salado y dulce.
Las viejitas se bañaban con refajo y todo. Doña Dominga y Sara Paila hicieron muy buenas amistades y se cagaron y mearon metida en el agua, diciendo que lo hacían de puras contentas y felices de por haber conocido el tan mentao mar. Galopito aprovechó mientras los otros se bañaban y se mandó varias presas de liebre al aceite, hechas por don Lalo Charuaga acompañándolas con tres panes en cada mano La señora Gertrudis dejó de cuidar su torta, ya que no corría peligro de ser robada por el Pache por no ser de la partida, y así cada uno se entretuvo que no se dieron ni cuenta como pasó el día.
Como a las seis de tarde se tocó la retirada. Ellas no se imaginaban la recepción que les teníamos en La Pesca. En una casa previamente alquilada, era una hostería bastante grande que queda un poquito mas abajo de donde vivía Zenobio, al lado de una piedra grande que decía Juliet. ( gran candidato del Partido Radical). Cuando llegó el bus de la felicidad manejado gallardamente por don Gilberto y vieron la magna manifestación, se oyeron gritos de felicidad y descendiendo de la maquina entraron al recinto. Las viejitas no cabían en su pellejo y lo único que hacían era dar gracia a Dios por esta cosa tan maravillosa que estaban viviendo. Estaba la orquesta, encabezada por don Lucho Véliz, con su acordeón a cuesta, que había llegado directamente desde Vichuquén, vía el cerro. Cesar Diaz o Reyes, y Mario de la Escuela, hacían vibrar el clarinete. El pato Yévenes y Cesar Cuevas tocaban tan bien y fuerte sus trompetas que hacían retumbar el cerro y el agua del río se veía ondulada por las ondas sonora que producían los músicos.
Por otro lado, Pedro Juan y Manchadito hacían guaras con su bombo y tambor,…..en fin era una parafernalia por donde se le mirara, todo el mundo bailaba y comía la rica liebre al aceite, perro asado por cuero seco, etc. Las prietas de la mamá Chila se veía en boca de todos los comensales. Doña Dominga y Sara Paila le daban duro a la garrafa de vino y a los chuicos de Julián. Mientras tanto, nosotros nos preocupamos que nada les faltara y atentos a atender cualquier petición. En ese momento, entró a actuar Carde milito y sus gitanos, no lo hicieron muy bien ya que a esa altura se encontraban muy cocidos y mas engrasados, que rueda de carreta (no usaban servilleta y los huesos eran lanzados por la ventana) tan cocios estaban, que pudieron rifar una sola paila, la otra por cuenta de los organizadores la sorteamos entre nuestras invitadas.
Al considerar una hora prudente, emprendimos el regreso dejando atrás este lugar tan lindo llevándonos tan hermosos recuerdos. El viaje de retorno se efectuó sin contratiempo, y la mayoría de nuestras invitadas dormían a pata suelta por el sueño, el cansancio y por algunos grados de alcohol de más en el cuerpo.
Más o menos a la altura del médano, frente a la casa de Javier Gutiérrez, se paró la señora Gertrudis y dijo al oído a don Gilberto “Adonde pueda pues péguese una paraita para echar una meaita” a lo que le contestó “apenas pasemos el camino angosto”. Al poquito rato (el chofer se había olvidado de la petición) y se escuchó en la oscuridad. “Bueno mijito va a parar o no, porque si la respuesta es negativa en este mismo momento me estoy meando”.
Llegamos a la plaza de Licantén, todos muy contentos y sin novedad. A esa hora la única persona que había y estaba sentada en la plaza justo frente donde paró la micro, era la Magdalena. Suegra de unos cuantos, y a la que le hice la siguiente pregunta
¿Qué hací sola a esta hora sentada en la plaza con este frío?, y me respondió en el acto. “Que otra cosa se puede hacer en esta cagá de pueblo…aquí estoy rascándome el hoyo”…. respuesta muy de ella. ¿No creen?
Así terminó nuestro tour de amor, (de aquí copió don Francisco su famosa “Jornada del Amor”) muy felices de haber conseguido el objetivo que nos propusimos, y las viejas más felices todavía, de haber vivido un día en el paraíso, según sus propias expresiones.
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