Recuerdos inolvidables en las Cardillas
Cuando aun era un adolescente la abuelita Labra y el abuelo Tata Lucho vivían en las Cardillas, un lugar muy solitario que se encuentra como a cinco kilómetros de Vichuquén subiendo por el estero del mismo nombre. Lo hacían de manera muy humilde, en una casa muy pequeña, si se podía llamar con ese nombre, chica, estrecha, dos dormitorios y piso de tierra. Como ustedes pueden notar, su patrón Lucho Fester dueño de esas tierras y el hombre mas adinerado de la zona, se preocupaba hongo de sus empleados, pero para la repartición de las cosechas siempre estaba listo con la puruña estiradita, pero en fin, esa eran las reglas del juego y había que aguantar, pero lo principal es que era una familia feliz y con un corazón así de grande. Su núcleo la componían ellos dos, mi tío Lucho, que en paz descanse, y un allegado llamado José o como le llamábamos normalmente NEGRO CALLAMPILLA , que trabajaba con ellos codo a codo en las siembras de trigo en esos cerros inhóspitos, pero que para nosotros tenían un gran encanto. La jornada empezaba a las siete de la mañana, después de un suculento granfaster o desayuno, que por lo general consistía en un plato de comida añeja del día anterior o un rico valdiviano preparado prolijamente por mi abuelita, bien picante, o un rico plato de pantrucas del día anterior con abundante color, (todo Diet), y después al cerro se ha dicho a cultivar sus sembrados. Al medio día empezaba mi participación, ya que era el encargado de llevarles el almuerzo. Mientras ellos comían, yo me tomaba un ulpito con agüita de la quebrada, debajo de un buen árbol.
Una vez terminada la comidita, regresaba a casa y atendía mi trabajo, que consistía en armar mis guaches para cazar codornices y perdices que por lo general me iba bastante bien. Para acortar la espera que llegaran los pajaritos a mi trampa, conejeaba con mis perros directamente traídos de mi casa en Licantén, en donde también me dedicaba a este deporte. Los días feriados le hacíamos con el Negro Callampilla a la extracción del chagual (lejos la ensalada mas rica) y la caza de la Torcaza, ave que en ese tiempo existían en abundancia. En cierta oportunidad, el negro trajo un dato que no podré olvidar nunca: en uno de los árboles de un lugar llamado Los Perales, al amanecer se paraba una bandada tan grande de estos pájaros que lo cubrían por completo. Preparamos viaje un día Domingo a las cuatro de la mañana, escopeta al hombro, y un saco para traer el producto de la caza. Ustedes se preguntarán el porqué tan temprano?, había que estar antes que aclarara, metidos en una mata de boldo sin meter ningún ruido y con la escopeta completamente lista para disparar cuando amaneciera, y se encontraran nuestra víctimas reunidas. Todo sucedió a pedir de boca. Una vez que llegaron los primeros rayos de luz, el peral se empezó a llenar de estas aves, y una vez que estuvimos en las condiciones planeadas: el Negro a cargo de la escopeta apuntando al lugar de los hechos, cuyos tiros (recargados por nosotros mismos) para esa oportunidad había recibido el doble de carga, o sea, doble cantidad de pólvora y munición, lo que también encerraba el peligro que se reventaran, pero como la ambición era tan grande le echamos para adelante no más. Mi misión era sentarme detrás del Negro y colocar las dos plantas de los pies sobre su espalda para aguantar el culatazo del tiro recargado con la dosis mortífera, y contar hasta tres, muy despacito para no levantar sospecha. El guaracazo fue espectacular, la nube de humo no nos dejaba ver nada, pero cuan grande fue nuestra alegría cuando pudimos ver, y el suelo estaba lleno de torcazas pataleando. Las recogimos inmediatamente siguiendo las bandeadas que arrancaban a morir. Al principio fueron como veinte, ya que Callampilla, mas baquiano que yo, se fijó donde pararon, y corrió para ese lugar, encontrando siete mas. Con nuestra excelente cacería volvimos a casa donde fueron muy bien recibidas.
Los abuelos fueron muy pata de perros. Un tiempo estuvieron en el Norte probando suerte en las minas salitreras. Me acuerdo de la oficina Puelma, donde vivieron un buen tiempo, donde mi madre fue elegida reina de la primavera, lo cual ella, hasta muy poco tiempo atrás, no perdía oportunidad de cachiporrearse, y no es para menos porque la vieja cuando joven tiraba caracoles con la pintita que se gastaba …¿ o a quién creen que salí yo? Sin derecho ni a sonreírse ¿entendiste Cach?....
Al parecer la aventura no fue lo bien que esperaban, y regresaron antes de lo que habían pensado. Esas idas y venidas se realizaban en vapor, hoy día buques, y se demoraban tranquilamente cerca del mes o un poco mas, pero en esos tiempos era normal. Incluso sufrieron un naufragio donde murió un hermano de mi abuelita o hijo, no lo tengo claro, (pero Nacho nos puede aclarar el asunto, ya que en su último viaje al Norte ubicó la tumba en la oficina Puelma) A su retorno se arrancharon nuevamente en Vichuquén, donde reanudaron su antigua vida.
Pasaron los años y nuevamente a la aventura. Llegaron a las Cardillas en donde yo también empecé a tallar. La estadía no duró mucho porque las expectativas no eran como se los prometieron, así que apretaron cachete para el Plumero, lugar que está ubicado entre Curicó y Comalle( tierra de mi tía Maria y toda su familia). En el traslado participé activamente, arriando mas o menos unos treinta vacunos hasta Palquibudis, donde nos esperaba un hermano del Tata Lucho llamado Diego, quien se hizo cargo del arreo hasta el lugar antes dicho. Este viaje duró una semana a lomo de Caballo, pero yo, feliz al lado de mi viejo, quién tenía especial cariño para mi, el que yo correspondía de igual manera.
Estuvieron allí un tiempo relativamente corto y nuevamente a las Cardillas, en donde apareció mi hermano Francisco Antonio haciendo pareja con el nuevo miembro de la familia, (ya que el Negro Campanilla se fue en busca de nuevos horizontes.) llamado Walter Voltaire, oriundo de Vichuquén, cuyos padres eran, según lo dicho por el mismo, Carcancho y Madre Del Norte, quienes se lo regalaron al abuelo por necesidades económicas cuando era muy pequeñito. Entre este personaje y Francisco Antonio hacían un dúo ideal, y para terminar les relataré una de las maldades que no tienen perdón de Dios.
El Tata Lucho tenía una yegua de color baya, hermosa y que era su orgullo. Cuando el animal sintió el llamado del sexo, hizo dos viajes a Lipimavida a cruzarla con el potro más lindo de Cotoyo Salcedo. La primera vez el pobre potro se llevo puras patadas, ya que al parecer la dama no estaba lista, así que a la semana siguiente volvió a ir… pero el mismo resultado. Entonces decidió dejarla toda la semana, y el Sábado siguiente la fue a buscar encontrándose con la nueva y excelente noticia que el potro se la había servido. Feliz regresó Retamales con su prenda, y a esperar el hermoso potrillo que tendría que venir al mundo en el plazo correspondiente.
Un buen día apareció rondando la casa un burro, cuyo propietario era Martín, hijo de doña Claudia, que vivía como a cinco kilómetros de la casa, y hermano de don Nacho, si señores, el mismo que ustedes pensaron el terrible Toro Sentado, esposo de la Rosita. Este animal les calló muy bien a Francisco y Walterio y lo hicieron pasar y se lo presentaron a la yegua del Tata. El burro arremetió de inmediato, pero como era muy bajito no llegaba donde correspondía a pesar de su gran herramienta. Después de mucho batallar y no teniendo los resultados esperados, de repente a Francisco Antonio se le ocurrió la brillante idea de colocar a la dama en una especie de cerrito en la parta baja y en la parte mas alta al señor de plomo. Tampoco funcionó, pero como le faltaba poco decidieron valerse de una penca de Pangue o Nalca que se encontraba en el suelo, y ayudaron al Burro a levantar el tremendo bastón y lo dejaron en puerta. El burro hizo fama, y se quedó a caballo como media hora, gozando de su tremendo esfuerzo, mientras la parejita se reía de lo lindo. Cuando el caballero decidió desmontar pudieron darse cuenta que el placer había tenido su precio ya que su grueso y largo pene tenía infinidad de rasmilladuras que fueron hechas con la penca de pangue producto de las afiladas espinas del pangue con el que ayudaron comedidamente al noble animal a ser feliz por un rato. Pasado el tiempo y estando mas o menos en fecha para la parición, Retamales se asomaba todos los días a mirar si había novedad, y cuan grande fue su alegría cundo un buen día vio al lado de su yegua un animalito que lo rondaba. Se fue de trote mar a conocer el retoño, pero enorme fue su sorpresa al comprobar que en vez de una potranquita o un potrillito había nacido un robusto macho que lo miraba tiernamente con sus orejita levantadas. Los insultos se hicieron oír kilómetros a la redonda: este tiene que haber sido el Burro de este ijunagrandeputa de Martín, y tendrá que pagar por el daño causado. Pero a la larga no pasó nada, y gracias a la conformidad que le daba mi abuelita repitiéndole que lo había oído decir muchas veces, “que no había mejor caballo que un buen macho para las zorreaduras”, lo cual lo practicábamos intensamente durante el crudo Invierno. Terminó por calmarse. A la larga el animalito lo vendió en el doble de plata que si hubiera sido potrillo. De estos personajes nombrados, de alguna u otra manera en este relato, sólo viven actualmente los siguientes: LA REINA MADRE, SU HIJO MITO, Y EL NEGRO CALLAMPILLA, los demás se los llevó el Señor con sus secretos y todo, y nos miran no se de adonde, pero nos miran.
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