LA NECESIDAD TIENE CARA DE HEREJE
En uno de los innumerables veraneos en Licantén, este fue uno especial, ya que nunca nos habíamos reunido tanto en una misma época (cerca de 30 personas). Un buen día a alguien se le ocurrió una brillante idea, creo que fue a los Correa Hernández, propusieron hacer un paseo al infiernillo, cuyo morral para todos los participantes serían unas ricas humitas confeccionadas por el conglomerado, fue así como se lanzó la idea y se aprobó por una miá. Se formaron las comisiones, y empezó a trabajar la máquina, a mi persona junto a Gastón se le comisionó la compra del choclo, elemento clave para una buena humita. Por favor creanme, recorrimos el pueblo entero hicimos todo lo posible fuimos todos nuestros amigos y no pudimos conseguir ni siquiera una coronta. Cuando llegamos, totalmente derrotados a casa, la disolución de todos fue total, ya que la idea había prendido como mecha de dinamita y por falta de este elemento estaba al borde de fracasar.
Viendo este estado de ánimo dije a Gastón “no es posible que por este tan importante elemento fracase nuestro paseo” nos miramos, y en un par de segundos, escopeta al hombro, subimos al furgón. Nos dirigimos directamente a casa del “mágnum” (mi secretario de cacería y pesca en aquellos años). Le expliqué el problema que nos aquejaba, y la idea que teníamos entre mano. (Acudir al acto ilícito, o sea, el robo) a lo que me contestó “cuando el pueblo tiene hambre es legal sacar alimento de cualquier parte”. Subimos al furgón y nos dirigimos hacia el puente de Los Escalones, donde yo tenía mandado a guardar mi bote y motor. Los echamos al río y enfilamos aguas abajo buscando la parte adecuada para delinquir. No fue fácil, varios de los intentos que hicimos fueron fallidos, ya que había cuidadores casi en todos los maizales. Pero no desmayamos por este impedimento y seguimos río abajo, cuando nos encontrábamos a unas tres cuadras del pueblo de Lora caímos por fin a la beta. Justamente un sembrado de maíz llegaba al mismo río, no era más de media hectárea, el producto era de primera calidad, con unos dientes de caballo preciosos y súper granaditos, era lo que necesitábamos, y mano a la obra en forma inmediata. “Mágnum” pescó un saco de esos paperos y se zambulló en el plantadio, cortaba y echaba al saco como una máquina. Gastón en esos instantes se encontraba escopeta en mano y se paseaba paralelo al río con suma atención a cualquier movimiento extraño a su alrededor, parecía un verdadero cabo Urquiola, y yo sentado al volante listo para apretar cachete si llegábamos hacer sorprendidos. No pasaron cinco minutos y ya teníamos un saco lleno de choclos en el fondo del bote, el guardia se paseaba seriamente escopeta al hombro y su figura era tan especial que a los días después un ciudadano de la zona dijo haber visto ese mismo día del robo a la orilla del río a un pelado tan particular, y que sería muy fácil hacer un retrato hablado. Desde ese mismo momento mi querido hermano Pancho lo bautizó como “RETRATO HABLADO”. A los cinco minutos siguientes teníamos el segundo saco llenito en el bote.
El regreso aguas arriba fue muy lento, el pobre motorcito se llegaba a tirar peos cuadrados contra la corriente, pero no aflojaba, y como no, con el pesito que trasportaba, cual de los tres más pesado, más los dos sacos de dientes de caballo. Para darles una mejor referencia el camino de ida lo hicimos en 15 minutos y el de regreso en hora y media. ¿Se imaginan?
Por fin llegamos al puente de Los Escalones, lugar donde nos esperaba el furgón al otro lado del río medio camuflado en un potrero. Esperamos el momento adecuado, y los sacos arriba se ha dicho, el secretario (mágnum) se encargó del bote y dejarlo en su respectivo lugar. Llegamos a la casa casi oscuro, pero cuan grande fue el alboroto al ver los sacos con choclos y de tan buena calidad, se pusieron mano a la obra en forma inmediata, liderados por el matrimonio Correa Hernández. Todos se ofrecían para ayudar, los rayadores del Tata llegaban a echar humo y antes de las doce de noche la faena estaba terminada, cerca de 300 humitas.
Los más viejitos, a esa hora nos fuimos a los cueros, y los más jóvenes a la parafernalia que era su devoción.
Muy temprano al día siguiente, el toque no se hizo esperar (a esa altura el doctor aún no hueviada en las mañana haciendo interpretaciones muy desagradables). Después de un merecido granfaster, a ordenar el equipaje de viaje. Siendo más o menos las nueve AM los autos estaban cargados y dispuestos a partir. Fue así como empezó nuestro paseo tan lleno de obstáculos. Llegamos al lugar de destino EL Infiernillo cerca de las 10:00 AM. Toda la familia ayudaba para sacar la infraestructura de los vehículos para trasladarla de un solo pencazo al lugar de la los hechos, ya que el lugar escogido queda como a medio kilómetro, trayecto de pura arena. Pero el objetivo era estar lo más solo posible.
No podía ser todo color de rosa, más o menos a treinta metros de nuestro campamento estaba ocupado por gente del Aquelarre, que tenían puesto un elegante quitasol, sillas de playa, camitas areneras y al lado una rica camioneta 4x4. La estrategia empleada fue mortífera para esa gente, la primera en disparar fue la señora Tatiana gritando “ya pues, los hombres prendan fuego para poner la parrilla y empezar a calentar humitas ya que son muchas y hay que darles el bajo”, otro dijo en voz alta “ me estoy tirando unos flatos tan grandes y hediondos por la comidura de chunchules con ensalada de cebolla y repollo”, y para rematar la fina conversación de mi compadre Francisco Antonio, tan diplomático como siempre, dirigiéndose a Tatiana “Comadre, espéreme tres minutitos, justo el tiempo que yo me demoro en pegarme una cagada ahí entremedio de esas rocas y lavarme la raja en el mar y después le prendo el fuego con las manos limpiecitas”. En ese mismo momento se escuchó el ruido de un motor que partía, era la 4x4 que se alejaba rumbo por el camino que lleva a Iloca y el Aquelarre. Entonces empezó la verdadera fiesta, humas iban y venían, mates a doquier, los tontos huevos duros se paseaban de mano en mano, pan amasado, tomates. Imagínense ustedes qué podría faltar, si los jefes de cocina eran los Correa Hernández. Pasamos un día de película, pero nadie se acordó del pobre hombre que donó los choclos que tanto los cuidó durante un año para desaparecer en diez minutos.
Llegamos de regreso a casa como a las diez de la noche, cansados pero felices de haber compartido durante todo el día con la familia.
Señores, esto no termina aquí, pasado unos meses un lindo día domingo Tata Nacho fue al club Social a su jugarreta de dominó. Mientras esperaba sus compañeros de juego, se encontró con Raúl Moraga, tío de Gastón, y se pusieron a conversar más doña Rosa Concha, esposa de don Guillermo Concha, y charlaban y comentaban lo que estaba creciendo el pueblo, pero al mismo momento lo malula que se estaba poniendo la gente, no hacía muchos días le habían robado a don Ciro Boeto toda la recaudación de la venta de la bomba de bencina, al capitán de carabineros dos pavos que le habían regalado para celebrar su cumpleaños, pero como eran del capitán aparecieron en el fondo de la casa de nuestro amigo Manine. Pero lo más pintoresco y alarmante es Nacho, le decía Raúl, las modalidades que se estaban usando, ¿y cuales son esas?, preguntó muy intrigado el Tata. A lo que Moraga respondió.” En Bote”. “fíjate que a un pobre hombre que vive en Lora tenía una hectárea de maíz plantada y de la noche a la mañana no apareció ningún choclo, y eso que la puerta de acceso estuvo con llave toda la vida y según las huellas, el robo se produjo por el río, no se como, pero así fue, alguna gente a echo el comentario que un buen día se sintió un ruido de un motorcito fuera de borda y además se vio una figura de una persona muy particular, medio pelado, que se podría, por intermedio de un perito, hacer un retrato hablado muy fácilmente”. Nacho muy consternado comentó “Por dios, a lo que estamos llegando, no hay derecho que barbaridad”.
A los muchos años después estando más grande y responsables (algunos) le contamos al viejo, quién se cagó de risa y pidiéndole su impresión manifestó así cara de raja, que no le extrañaba, porque conocía muy bien el caballo que montaba y nos encontraba capaz de eso y mucho más, lo único que habría echo es pagar a ese pobre hombre el terrible mal causado, o sea, lo mismo que les propuse yo, y fue rechazado de plano, no quedando otra cosa que aplicar las sabias palabras de “mágnum”.
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