Saturday, November 19, 2005

LA PERDIDA DE LA IDENTIDAD



Hace más de 50 años, sucedía en Licantén, y a pesar, que es con el título de cuento, es totalmente verídico. En esta oportunidad nos referiremos a un personaje que todo el mundo lo conocía con el nombre de CU-CU .Cuita, (era tartamudo) apodo que lo mantuvo hasta la muerte sin saber casi toda la gente de donde provenía. Yo se los contaré mediante esta narración. A este susodicho todo el mundo lo conocía con el nombre del “NEGRO”, cuando muy joven entró a trabajar a Correos de Chile, siendo jefe don Alfredo Figueroa. El puesto a desempeñar fue el de mensajero, persona encargada de repartir las cartas certificadas, telegramas y encomiendas. En cierta oportunidad, siendo la hora del cierre de la jornada matinal, don Alfredo llamó al negro y le entregó una encomienda procedente de Chillán y su destino era el Paraguay, localidad ubicada al otro lado del Río, para lo cual tenía que dar la vuelta al puente de los escalones y volver a la altura de Licantén por el otro lado del río, como ustedes pueden ver quedaba bastante retiradito, pero el Negro diciendo entre si “donde manda capitán no manda marinero” pescó la encomienda y se las emplumó rumbo a su destino. Cuando iba a la altura de Villa Hermosa (lugar en donde vivía la Abuelita Laura) el Negro empezó a sentir un agudo apetito y una inmensa sed, pero no teniendo solución agachó la cabeza y siguió caminando.
Cuando pasaba frente a la casa de Inés Madrid, el olor a comida, ya que era hora de almuerzo, (una y media de la tarde), más el perfume que emanaba de la encomienda debido al calor a esa hora de la tarde, la pitón ya se arrancaba del estómago. A la altura de las canteras o paso malo, poco antes de llegar al puente junto a la vertiente que se desliza entre las piedras laja, llevando agua fresca y cristalina procedente del cerro, el Negro se mandó un trago largo que fue muy refrescante, pero una fuerza mayor, lo indujo a cometer el delito que rondaba en su mente, ya que su olor era tan penetrante que lo tenía trastornado, sentado sobre una piedra, al lado del pequeño caudal y poniendo la encomienda sobre sus rodillas, con el mayor cuidado que pudo, lentamente abrió el paquete. Lo primero que observó fue un bulto que contenía más o menos un kilo de Longanizas procedente de Chillán. El Negro la miró y echando mano al cinto sacó su cortaplumas y cortó un pedacito, parece que la encontró la raja, porque de pedacito en pedacito no se dio ni cuenta cuando se lo había comido todo.
Habiendo saciado su terrible apetito, acomodó la encomienda lo mejor que pudo que quedó igual que cuando se la entregaron en el correo y con ella entre sus manos prosiguió la marcha rumbo a su destino.
Habiendo cumplido su objetivo entregando el encargo, emprendió raudamente el regreso a Licantén e integrarse a sus funciones en el horario de tarde.
Pasó el tiempo, más o menos un mes, sin que sucediera nada extraño, pero un buen día aparecieron en la oficina dos personas que solicitaron hablar con el jefe, el Negro los reconoció en el acto y se puso muy cachudo, los individuos entraron a la oficina de don Alfredo y se presentaron como los dueños de la famosa encomienda que llegó incompleta sin las apetitosas longanizas y le presentaron por escrito el reclamo formal. Don Alfredo Figueroa dio curso a este escrito por el conducto regular, habiendo conversado previamente con el Negro, el que se fue de una férrea negativa.
Pasaron algunos días y de pronto le llegó una notificación y citación al juzgado, lo cual lo puso muy nervioso, no era para menos, eso indicaba que le estaban cargando de frentón los dados por la desaparición del artículo perecible. El día señalado por la citación, a las 9AM, se presentaba el Malhechor ante el tribunal, presidido por don Augusto Satelices. Pasado un rato fue llamado para tomarle declaración y fue sentado frente al Juez. Después de un corto interrogatorio el negro se abrió totalmente de piernas y se fue con todo el carrete y confesó con lujo y detalle todo su delito. Entre las preguntas que efectuó el magistrado señaló la siguiente: ¿Cuanto tiempo demoraste en el lugar de paso malo en consumar el delito y encender el fuego para asar las Longanizas? ya que según él se necesita bastante tiempo, a lo que el Negro mucho más tranquilo contestó que el no había prendido fuego. ¿Y como te las comiste entonces? preguntó el Juez, a lo que el Negro respondió: CU-CU-CUTAS ME LAS COMI (El pobre hombre era tartamudo) lo cual al magistrado la causó mucha gracia y dio por terminado el interrogatorio. Y a eso, se debe su apodo que lo acompañó hasta el día de su muerte.
Este cuento está dedicado a recordar a CU-CU-Cuita un personaje que nació, vivió y murió en Licantén.

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